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    Los 2 Caminos

     LOS DOS CAMINOS

     

    Como Cristianos, nosotros no tenemos muchas alternativas. Leamos la palabra

    de Dios para ver de los que les hablo.

     

    Filipenses 3:17-21 - Hermanos, sed...

     

    Queramos admitirlo o no, la vista del mundo está puesta en cada uno de nosotros. Puede ser que no queramos tener esa influencia, pero de la manera que vivimos y actuamos influencian a otras personas. Nuestros hijos, familiares y amistades, todos son influenciados según nuestro comportamiento. Es por eso que nosotros tenemos que trazar nuestros caminos cuidadosamente. En el versículo 17 Pablo nos dice: "Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros." Pero, ¿qué quiere decir esto? Pablo aquí no está diciendo que era perfecto (Filipenses 3:12-14 - No que lo haya...

     

    En otras palabras, solo existe uno perfecto y su nombre es Cristo Jesús. El nos dice que nosotros tenemos que ser imitadores de nuestro Señor. Como discutíamos previamente, todo lo que hacemos de una manera inconsciente o consiente influencia a las personas que nos rodean. Pablo es un ejemplo dinámico de como servir a Dios. El nos dio el patrón de como debemos servirle y como debemos escoger nuestros caminos. Porque la realidad del caso es que o seguimos a Jesús o no lo seguimos, no existe un camino en el medio. Lo que nos sucede con mucha frecuencia es que empezamos a seguirle, empezamos siguiendo las instrucciones tal como están en la palabra de Dios, pero en muchas ocasiones cuando llega el momento de tomar una decisión o nos quedamos en el medio o nos dejamos influenciar por la carne y optamos por tomar el camino equivocado. Hermanos, cuando un placer de este mundo es más importante que servir y alabar a Dios, hemos tomado el camino equivocado.

     

    Pablo nos advierte cuando dice: "18 Porque por ahí andan..." El nos está diciendo aquí claramente que nosotros no tenemos otro camino a escoger. Si nosotros decidimos no seguir al Señor, cuando decidimos irnos por el otro camino porque la vida nos será más fácil, o tendremos más dinero, o cualquier otra cosa que este mundo nos pueda ofrecer, pues entonces eso llega a ser nuestro "dios".

     

    "Mas nuestra... cosas." Hermanos nosotros no somos de este mundo, el camino que tenemos trazado no es para quedarnos aquí. Las instrucciones que se nos han dado no son para que tengamos que parar y decidir cual vía tomar. Las instrucciones que se nos han dado nos llevan exactamente a nuestra nueva ciudad, nos conduce directo a nuestro nuevo hogar.

     

    Para concluir, tenemos que estar muy seguros a quien seguimos. Pablo es un ejemplo excelente de como servir a Dios. Tenemos que aprender de él y practicar lo que aprendemos. Las instrucciones de cómo llegar a nuestra nueva ciudad, de cómo llegar a nuestro nuevo hogar, han sido dadas cuidadosamente. No es necesario tener que parar en medio de la jornada a pedir direcciones, no podemos permitir que el enemigo nos confunda, que nos seduzca a través de nuestro apetito por las cosas de este mundo. Hermanos, solo existe un camino, y su nombre es Jesús.

    EL VIGILANTE

     EL VIGILANTE

     

    Hoy les traigo un mensaje un poco fuerte. Les digo que es un mensaje fuerte porque hoy estaremos analizando nuestro papel como Cristianos. Antes de pasar a la lectura de la palabra que estaremos utilizando en el día de hoy quiero hacerles una pregunta. ¿Has recibido alguna vez un mensaje que no te ha agradado? Analicemos nuestro pasado y busquemos en nuestro presente, hagamos memoria para ver si esto ha acontecido en nuestras vidas. Les hago esta pregunta porque existen numerosas personas que al recibir un mensaje fuerte, pues lo primero que hacen es enfadarse y no miran mas aya del mensaje que recibieron. Personas que por causa de la carne, que por causa de los primeros instintos pasan a un estado de rebeldía y desobediencia. Con esto en mente busquemos en la Palabra de Dios para ver ¿por qué? permite Dios que nos lleguen mensajes que nos enfadan.

     

    Ezequiel 3:16-21 - Y aconteció que...

     

    Analicemos esta palabra "atalaya." ¿Que quiere decir esto? Para poder comprender el significado de esta palabra tendremos que transportar nos al pasado por un breve momento. Como hemos discutidos en otras ocasiones, las ciudades de antigüedad eran muy diferentes a las ciudades de hoy en día. Hoy podemos ver muchas ciudades con numerosos habitantes, pero en ese entonces las ciudades eran pequeñas en comparación. Por supuesto en ese entonces tampoco existían todas las protecciones que nosotros tenemos ahora, así que de la única manera que un gobernador podía proteger a sus habitantes era de construir paredes alrededor de la ciudad. Paredes y portones fuertes que podían detener un ataque. Lo normal no era que los portones estuvieran cerrados sino se mantenían abiertos para que los habitantes y visitantes pudiesen entrar y salir libremente. Pero estos portones eran cerrados para prevenir que el enemigo pudiese tomar la ciudad siempre y cuando existiera una advertencia. Ellos podían proteger la ciudad siempre y cuando no fuesen sorprendidos, porque en realidad esta era la única manera de tomar una ciudad fácilmente. Es aquí donde entra el papel del atalaya. El atalaya era la persona o personas responsables para que esto no sucediera, era las persona responsable para que una ciudad no fuese tomada por sorpresa. Estamos hablando acerca de personas que tenían, en mi opinión, el trabajo más importante en toda la ciudad.

     

    El atalaya no se podía quedar dormido, no podía desatender su posta en ningún momento. El tenia que mantener sus ojos abiertos en todo momento buscando en la distancia señales que pudiesen indicar el peligro de una invasión. Entonces, al ver alguna señal que indicara peligro, su deber era de sonar una trompeta de alarma para que los portones pudiesen ser cerrados y que los soldados subieran en la murallas para defender la ciudad. Esto era en sí el trabajo del atalaya, el vigilar y advertir. Con esto en mente continuemos.

     

    ¿Cómo se aplica esto a nuestras vidas en el día de hoy? Aquí vemos que Ezequiel recibió una gran responsabilidad, él fue llamado a ser no el atalaya de una ciudad, sino el atalaya de la nación de Israel. El fue llamado a que les llevara Su mensaje a ellos, a todos aquellos que se habían rebelado en contra de Dios, a todos aquellos que vivían en pecado. Y les digo que su misión no fue nada fácil, les digo que no fue nada fácil porque el no les llevaba mensajes que alentaban, él no les llevaba mensajes que eran popular. El les llevaba mensajes y palabra fuertes de

    Dios. Les pregunto, ¿es esto muy diferente a nosotros hoy?

     

    Cuando hacemos un examen de las condiciones en la cual el mundo se encuentra hoy en día podremos encontrar numerosas personas que se han rebelado en contra de Dios. Podremos encontrar numerosos ejemplos de personas creyentes y no creyentes que se encuentran haciendo no la voluntad de Dios sino la voluntad de la carne. Personas que han dejado que el enemigo entre en su vida lentamente y por sorpresa.

     

    ¿Por que les digo esto? Se los digo porque si al recibir un mensaje sentimos que se nos esta regañando, quiero que nos demos cuenta que no es el hombre haciéndolo sino Dios con Su poderosa palabra. Pero también debemos de tener mucho cuidado en estas ocasiones. Les digo esto porque es en esos momentos es que el papel del atalaya, el papel de todo Cristiano fiel es desarrollado. Les digo esto porque el enemigo trata de entrar en nuestras vidas de muchas diferentes maneras. Como hemos visto, el papel del atalaya es de vigilar en todo momento, es el estar atento y de sonar la trompeta al ver una señal de un ataque eminente. Les digo esto porque nosotros tenemos que cuidar celosamente las bendiciones que Dios nos ha dado. Tenemos que mantener nuestra mirada en las cosas de Dios y abandonar las cosas de este mundo.

     

    Aquí vemos que Dios se refirió a Ezequiel como "Hijo de hombre." Fíjense bien la importancia que tiene esto aquí. Dios pudo escoger a un ángel o a legiones de ángeles, pero no lo hizo así. Dios escogió a un simple hombre, El nos ha escogido a nosotros. Todos nosotros fuimos llamados a su servicio. Todos nosotros que hemos decidido servirle fuimos escogidos y llamados a ser los atalayas de este mundo. No siempre llevamos un mensaje popular, no siempre llevamos un mensaje que agrada a las personas, sino llevamos el mensaje que Dios quiere que demos. Es nuestra responsabilidad de llevar la verdad donde existe la mentira, es nuestra responsabilidad de llevar la luz a las tinieblas.

     

    En otras palabras lo que nos esta diciendo es que si nosotros vemos algo mal, si nosotros vemos cosas que sabemos son en contra de la voluntad de Dios y no hacemos algo para corregirlo, o al menos demostrarle a la persona que lo que está haciendo está mal hecho, pues entonces seremos culpado de su sangre. Por esto todo predicador o ministro de la Palabra tiene que llevar el mensaje que Dios a puesto en su corazón. Por esto toda persona que profesa ser creyente, toda persona que ha hecho un compromiso con Cristo tiene que llevar siempre la verdad. No es fácil, la Palabra de Dios no es fácil, pero si es vida. La Palabra de

    Dios puede ser y es la diferencia en las vidas de toda persona.

     

    Hermanos, el atalaya, el creyente, el predicador, que no suena la trompeta de alerta, el que no lleva la verdad, el que no diga las cosas tal como son, pues entonces no es un atalaya, no esta sirviendo a Dios como Dios quiere que le sirvamos.

     

    Marcos 16:15-16 Y les dijo: Id por todo...

     

    Para concluir. Tenemos que ser siervos fieles de Dios. Nuestra obra como el pueblo de Dios aquí en la tierra es algo muy serio. En nuestras manos se encuentra la diferencia entra la vida y la muerte de una persona o personas. Dios aborrece al maligno, pero restara la vida de toda persona que acude a El. Esta responsabilidad que tenemos no es algo que podemos hacer cuando tenemos ganas, no es algo que podemos hacer de vez en cuando, sino que tenemos que hacerlo en todo momento. Nunca dejemos de ser atalayas fieles de la Palabra de Dios. No dejemos que el enemigo nos aleje de Su voluntad y verdad.

    CÓMO VENCER LAS EMOCIONES NEGATIVAS

     

    CÓMO VENCER LAS EMOCIONES NEGATIVAS

     

     

    Podríamos citar un ejemplo tras otro de personas que sufren mucho porque se sienten arrastradas, casi dominadas por las emociones. Muchas veces ni se dan cuenta de que se han convertido en esclavas de las mismas. Consideran su proceder lo más natural del mundo. Otros quisieran controlar sus emociones y sentimientos negativos, pero no pueden.

     

    ¿Cuál es la posición que debemos adoptar frente a nuestras emociones, para vivir como seres responsables y maduros, sin causar sufrimientos innecesarios a quienes nos rodean y comparten su vida con nosotros?

     

    En primer lugar dejemos establecido un hecho fundamental: las emociones y sentimientos que de tanto en tanto embargan nuestro ánimo son productos legítimos de nuestra existencia, y debemos reconocerlos como partes integrantes de nuestra personalidad.

     

    ¿En qué nos basamos para afirmar esto? Simplemente en que la Palabra de Dios, la fuente infalible de toda sabiduría, nos enseña que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Y siendo esto así, nuestra naturaleza emocional tiene que parecerse a la de nuestro Padre celestial. La Sagrada Escritura describe el carácter de Dios, con el fin de que lo podamos imitar. La enseñanza más clara que encontramos en las páginas sagradas referente a la naturaleza de Dios es la que se menciona en 1 S. Juan 4:8, donde dice: "Dios es amor". Esto quiere decir que nuestro Padre celestial es un Ser capaz de sentir emociones muy profundas, como son las que envuelve el amor. Y en Proverbios 6: 16 dice: "Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma". Así que Dios no sólo es capaz de sentir amor, sino también de aborrecer, y bien sabemos que el aborrecimiento es una emoción que, por lo general, se considera negativa. En otros pasajes la Escritura habla de los "celos" que Dios siente cuando le somos infieles, y de la "ira" que lo embarga cuando los seres humanos se rebelan abiertamente contra él.

     

    Si quisiéramos comprender más plenamente esta verdad tendríamos que pensar en el ejemplo de nuestro Señor Jesús, quien a lo largo de su vida sintió alegría y tristeza, amor, ira, pena, compasión y muchas otras emociones que consideramos típicamente humanas.

     

    No debemos, entonces, creer que sentir alguna de estas emociones básicas es pecado. No. El pecado consiste en darles un lugar que no les corresponde en nuestra vida. En otras palabras, el problema estriba en permitir que nuestras emociones se hagan destructivas y gobiernen nuestra voluntad sin estar bajo el dominio de la razón. Entonces sí que surgen dificultades en nuestro camino. Las emociones se vuelven destructivas cuando las colocamos al servicio de intenciones y propósitos incorrectos.

     

     

    Pero si las emociones son legítimas, ¿por qué entonces nos causan tantos problemas? Simplemente porque no siempre quedan bajo el control de la voluntad y de la razón y, en consecuencia, actuamos sin considerar debidamente los derechos ni los intereses ajenos. Nos volvemos egoístas y crueles, y nuestra personalidad misma se desequilibra.

     

    Hay personas que toman un camino completamente opuesto y, sin embargo, los resultados son los mismos. Al ver cuán peligroso es dar rienda suelta a los sentimientos, los reprimen, para evitar por todos los medios expresar cualquier emoción. Si oyen una historieta humorística, su rostro no cambia de expresión. Si se los insulta, permanecen impasibles. Si fallece un ser querido, no lloran. Según estas personas, expresar un sentimiento, especialmente si está relacionado con la ternura o el amor, es ser débiles. Su vida, como resultado, se empobrece, y su sistema nervioso nunca deja de estar en perpetua tensión. La gente que se relaciona con ellos pronto comienza a evitarlos, y se encuentran poco a poco aislados, relegados, ignorados.

     

    Es peligroso dar libre expresión a nuestras emociones, pero es igualmente inapropiado bloquear su influencia. Para que la vida tenga calidez, para que seamos verdaderamente humanos, necesitamos reconocer que sentimos emociones, y necesitamos expresarlas de manera apropiada, con madurez propia de adultos. Los niños necesitan que sus padres, sus tíos y sus abuelos les hagan caricias, los besen y los abracen, y, a veces, también ver un ceño severo u oír una palabra de reproche. Y los adultos también necesitamos ver que las consecuencias de nuestras acciones se reflejan en el rostro y las reacciones de los que nos rodean. De la misma forma, las personas con quienes tratamos necesitan ver qué reacción provocan en nosotros sus palabras o acciones, sin lo cual no puede existir la verdadera comunicación.

     

    El sabio apóstol San Pablo nos da el siguiente consejo: "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo" (Efesios 4: 26). Airarse no es pecado. El pecado, el mal, está en permitir que esa emoción permanezca en nuestro corazón sin ser resuelta, ya que eso "le da lugar al diablo". Sin duda San Pablo se refiere aquí al hecho de que, si mantenemos una emoción en nuestro espíritu sin resolverla de inmediato, esa emoción comienza a ganar fuerza en nosotros, y pronto se hace tan poderosa que se adueña de nuestra voluntad. Entonces, somos capaces de cometer cualquier barbaridad.

    Efectivamente, "le damos lugar al diablo", como dice el apóstol. Recordemos el consejo de no dejar que el sol se ponga sobre nuestro enojo. Vale la pena arreglar pronto cualquier mal entendido, cualquier discordia o desavenencia, antes de que los detalles se borren o se distorsionen en nuestra memoria. Así, las cargas del día no se acumulan para molestarnos al día siguiente. Bien sabemos que mucha gente arrastra penosamente por los caminos de la vida cargas, no digamos del día anterior, sino de meses y aun de años atrás. El recuerdo de ofensas recibidas, o de injusticias sufridas, o de malos tratos, reales o imaginarios, envenena la vida de multitudes que no han aprendido a no dejar que el sol se ponga sin hacer un honrado esfuerzo por llegar a un entendimiento con sus semejantes cada vez que se produce un desacuerdo entre ellos.

     

    Antes de terminar nos permitiremos señalar un aspecto más de gran importancia en la tarea de manejar debidamente nuestra vida emocional, que es el siguiente: Dios, al dotarnos de emociones, creó también en nuestra mente mecanismos de control que nos permiten regular el impacto que estos sentimientos y estados de ánimo hacen en nuestra voluntad y nuestra conducta. El principal de estos mecanismos reguladores es la atención que le damos a lo que sentimos. Si alguien nos trata mal o nos dirige una palabra dura, sin duda nos sentiremos heridos. Pero hay heridas de todas clases y tamaños, y hay gran variación en su importancia. Algunas son meros rasguños; otras necesitan cuidado inmediato. Si al recibir una pequeña herida emocional le ponemos demasiada atención, y repasamos el incidente una y otra vez en nuestra memoria, el resultado inevitable será que el dolor, en vez de quitarse poco a poco, se irá agrandando más y más, hasta llegar al punto en que nos olvidaremos del tamaño pequeño que tenía la herida, y nos parecerá que la ofensa que la causó fue muy grave. Habremos perdido así nuestra objetividad, nuestro sentido de proporción. Entonces el que nos ofendió, con toda justicia, podría acusarnos de ser exagerados en nuestras reacciones.

     

    Vale la pena aprender a disminuir el tamaño y el poder que tienen en nuestro ánimo las emociones negativas y magnificar la importancia de las emociones positivas. Como dice una inspirada escritora: "Muchos agravan el peso de la vida al cargarse continuamente de antemano con aflicciones. Si encuentran adversidad o desengaño en su camino, se figuran que todo marcha hacia la ruina, que su suerte es la más dura de todas, y que se hunden seguramente en la miseria. La vida se vuelve una carga para ellos. Pero no es menester que así sea. Tendrán que hacer un esfuerzo resuelto para cambiar el curso de sus pensamientos. Pero el cambio es realizable. Su felicidad para esta vida y la venidera depende de que fijen su atención en las cosas alegres.

     

    Hermano, no le entregues a tus emociones las riendas de tu voluntad, perdiendo así el control sobre los efectos que causan en ti y en los demás. Pero al reconocer su existencia y darles un lugar en tu vida, no las exageres ni distorsiones al fijarte demasiado en ellas. Decide que con la ayuda diaria del santo Espíritu de Dios, serás "tardo para la ira y grande en misericordia".

     

     

    ¿QUÉ ES EL ÉXITO?

     ¿QUÉ ES EL ÉXITO?

    Números 20:1-13INTRODUCCIÓN

     

    ¿Quién puede dudar de que nuestra sociedad está obsesionada por el éxito? Durante siglos la mayoría de las personas deseaba simplemente sobrevivir. Hoy queremos éxito rápido y visible. Aún así somos acosados por la pregunta. ¿He tenido éxito?, ¿Qué es el éxito?, ¿Es realización?, ¿aclamación?, ¿abundancia?, ¿Cuánto tienes que acumular para tener éxito?

    La mayoría de las personas considerarían a Moisés un hombre de éxito. A pesar de ello, al final de su larga vida de 120 años fracasó. Terminó como un exitoso fracasado. Podemos aprender de su fracaso final lo que constituye un éxito auténtico y lo que no lo es.

    I. ¿ES ÉXITO SUPERAR LA ADVERSIDAD?

     

    Frecuentemente medimos los éxitos por la cantidad de adversidades superadas. Con tal medida Moisés debe haber sido un hombre exitoso. Él superó cuatro adversidades en la olla a presión del liderazgo.

    Podemos superar un ambiente adverso. Moisés dirigió una masa de personas en un desierto sin medios de subsistencia. Lo hizo durante cuarenta años. El grupo entero vivió como nómada en un ambiente deshabitado y hostil. Moisés triunfó en un lugar imposible.

    Podemos superar recuerdos adversos. Los hebreos volvieron a Cades, el lugar de su fracaso treinta y ocho años antes (13:26). En aquel lugar se negaron a entrar en la tierra que Dios les había dado. La gran roca en Cades era una señal de vida perdida, un monumento al fracaso. Aun así Moisés superó la adversidad del fracaso pasado.

    Podemos superar emociones adversas. María murió en Cades. Ella era la hermana de Moisés y Aarón además de la mujer líder de los hebreos. Fue María quien cuidó de Moisés en el Nilo hasta que fue reclamado por la hija de faraón. Ahora murió repentinamente tras 119 años de compañerismo.

    Podemos superar críticas adversas. El pueblo criticó a Moisés por la falta de agua. Esto fue una crítica injusta e irrazonable. El éxodo no fue determinado por Moisés. Además, Dios había suplido sus necesidades durante años. Moisés superó frecuentemente la adversidad de la crítica injusta.

    Esta experiencia de Moisés demuestra que tú puedes superar la adversidad y, aún así, no alcanzar las normas divinas del éxito.

    II. ¿ES ÉXITO BUSCAR A DIOS?

     

    Ciertamente el éxito se encuentra buscando a Dios. Moisés no se tomó el desquite contra las críticas del pueblo, en lugar de ello se volvió buscando a Dios. Hay un gran contraste entre los dirigentes y los dirigidos.

    Podemos buscar a Dios inmediata y reverentemente. Moisés se volvió a Dios repentinamente y con urgencia para encontrar una respuesta a la crisis. Reverentemente se postró ante la presencia de Dios. Tal inmediatez y tal humildad son ciertamente loables.

    Podemos ver la presencia de Dios. Moisés vio de repente la gloria del Señor. Esta nube de luz se había manifestado entes en emergencias especiales como un atisbo en la presencia de Dios y con intención de vindicar su nombre (Exo. 16:10; Núm. 14:10; 16:19). Moisés no sólo buscó sino que también vio la presencia de Dios.

    Podemos oír a Dios. El Señor habló a Moisés de forma práctica, específica y esperanzadora sobre la crisis de la falta de agua. Moisés oyó la voz de Dios con una claridad sorprendente.

    Aun así, buscar, ver y oír a Dios no significa éxito. Otro hombre del Antiguo Testamento, Saúl, buscó a Dios por todos los medios pero no le encontró (1 Sam. 28:6).

    III. ¿ES ÉXITO OBEDECER A DIOS?

    En apariencia Moisés era un hombre de éxito. Actuó con autoridad y diligencia. Fue productivo. Hubo resultados: salió agua de la roca en Cades. Pero Moisés fue un exitoso fracaso. Aunque las personas no lo pudieron ver, Dios lo dejó claro. ¿Cuál fue la razón del fracaso?

     

     

    Fracasamos a causa de una actitud. Moisés tuvo una actitud de desconfianza hacia Dios (20:12). No creyó que Dios podía hacer salir agua de la roca sólida, pese a que Dios lo había hecho antes. También dejó de ver cómo Dios podía tener misericordia de los murmuradores hebreos.

    Fracasamos por buscar la aclamación. Moisés clamó: ¡Escuchad, rebeldes! (v. 10). Eran palabras de enojo. Dios dijo a Moisés que hablara a la roca, no al pueblo. Su ira irreflexiva provocó su fracaso. Pero fue también una aclamación de su ego. La pequeña palabra "sacaremos" (v. 10), refiriéndose a ellos dos, suplantó a Dios y dirigió la atención a la acción de Moisés y Aarón.

    Fracasamos por causa de un acto. Moisés actuó con desobediencia, lo que era rebelión (v. 24). Golpeó la roca dos veces cuando se suponía que debía hablar a la roca una vez. Literalmente tomó el asunto en sus manos.

    CONCLUSIÓN

    En resumen, Moisés fue un exitoso fracaso porque rehusó obedecer a Dios. El éxito no son los resultados, ¡pero lo es la obediencia a Dios! El agua fluyó de la roca, pero Moisés fracasó. La única medida del éxito es la obediencia fiel a Dios.

    El resultado de fracasar en la obediencia a Dios puede ser severo (v. 12). Moisés no fue apto para dirigir al pueblo en su entrada a la tierra. No perdió su salvación, pero perdió la gran oportunidad de su vida. El castigo parece severo. Este fue su único pecado aparente en cuarenta años. Pero Dios toma los pecados de los líderes muy en serio. Visibilidad significa responsabilidad. Éxito es obediencia. La falta de obediencia tiene consecuencias serias. Mide tu éxito por la obediencia.

     

    CINCO SEMBLANTES DEL ROSTRO DE JESÚS

    CINCO SEMBLANTES DEL ROSTRO DE JESÚS

     

     

    No hace mucho, una gran ciudad se vio azotada por un terrible incendio que consumió centenares de hogares. Uno de los sobrevivientes del siniestro, que lo había perdido todo, lloraba desconsolado. Cuando se le preguntó cuál había sido su pérdida más dolorosa, respondió que no le importaban los muebles ni la ropa que el fuego había consumido; lo que le causaba tanta congoja era que las llamas habían destruido la única foto que tenía de su padre. Como había quedado huérfano a corta edad, esa foto del rostro paterno había sido su constante inspiración.

     

    A través de los años de su desarrollo había proyectado en las facciones de su padre todas las cualidades que su alma sedienta de amor anhelaba recibir. Cuando necesitaba consuelo, sentía que la plácida mirada le decía desde la foto: "Hijito, te comprendo. Ten paciencia que todo saldrá bien". Cuando su conciencia lo acusaba, le parecía que la mirada límpida de su padre se ensombrecía de tristeza. Y en sus momentos de soledad sentía que, a través del retrato de su padre, llegaban a su corazón la calidez de su compañía, la fortaleza de su carácter y la confianza en el futuro.

     

    En nuestra condición de seres humanos, bien podemos simpatizar con ese huérfano sufriente. Nosotros también pertenecemos a una raza de huérfanos, cuyos ojos jamás han visto a su Padre original. Por lo tanto, buena parte de las mejores energías de nuestra raza se dirigen a la búsqueda de alguna "foto", algún indicio que nos conecte con nuestros orígenes y que nos permita saber cómo comportarnos, cómo hacer frente a los desafíos y peligros de nuestra existencia, y darle sentido a la vida.

     

    En esta búsqueda hay voces que nos envían mensajes crueles. Nos dicen que nuestros verdaderos antepasados han sido las criaturas de la selva, la sabana y el mar. Según estas voces, nuestra cuna fue el lodo de algún pantano, abrasado por el sol y azotado por los rayos y centellas de tormentas prehistóricas.

     

    ¿Por qué nos sentimos huérfanos? ¿Será posible que los miles de millones de seres humanos que existimos ahora, así como todos los otros que han vivido antes, no tengamos padre? ¿Nadie nos engendró, nadie nos amó, nadie vela por nosotros? ¿Dónde está la foto, la imagen del rostro de nuestro padre original?

     

    En realidad no somos huérfanos ni estamos solos frente a la vida. Y nuestro Creador es un Padre amante y misericordioso que anhela que pronto llegue el momento cuando se pueda levantar el velo que de él nos separa, y venga el encuentro más maravilloso de la historia.

     

    Y no sólo anhela el momento de la reunión, sino que para guiarnos y prepararnos, para ayudarnos a crecer pareciéndonos a él, nos ha dejado su imagen grabada indeleblemente en la humanidad. Es mejor que una foto, mejor que una estatua, porque es su imagen viviente y perfecta.

     

    "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", declaró el Salvador a sus discípulos. (S. Juan 14:9.) Uno de ellos, San Juan, nos dice: "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (S. Juan 1:18).

     

    Te invito a contemplar el rostro de Jesús, para ver algunos de sus detalles que son especialmente importantes y de aplicación universal.

     

    María, la madre de Jesús, fue la primera en contemplar el rostro de nuestro Salvador. Sin duda, en esos primeros momentos de su vida el niño divino reflejaba, por sobre ninguna otra cualidad, la inocencia de su naturaleza original, el fundamento moral del carácter divino. Junto con la inocencia, la expresión de su carita de bebé radiaba paz. No la paz momentánea del que duerme y en el sueño olvida sus temores y pasiones, sino la paz eterna que envuelve el corazón de Dios.

     

    No hay otras cualidades interiores que sean más preciosas para nosotros que la inocencia y la paz. La culpabilidad, esa condición universal que nos aflige, tiene el poder terrible de doblegar nuestra voluntad y atraparnos en un ciclo interminable de justificación propia.

     

    Si miramos el rostro de Jesús veremos a un ser humano como tú y yo. Pero ese ser que comparte nuestra humanidad vino de Dios y, por lo tanto, posee lo que a nosotros nos falta para ser perfectos como Dios lo es. Y en la unión misteriosa de la humanidad y la divinidad en Cristo radica la mayor promesa: la de que los rasgos del carácter de Cristo, que reflejan la gloria de Dios, están allí no sólo para que los veamos de lejos, sino para que puedan llegar a ser parte de nuestra propia vida. Jesucristo es el Portador de los atributos divinos, y al entregarle nuestra vida, él nos da la suya, que es perfecta y eterna. ¡Y a nuestro ser llegan así la inocencia y su fruto sublime: la paz!

     

    Veamos ahora otra escena de la vida de Jesús, cuando se acercaba el tiempo de su muerte en la cruz. Dice el evangelista que "cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén" (S. Lucas 9:51). Este pasaje muestra el rostro de Cristo con una expresión diferente de la habitual. Ante el martirio que le esperaba, si había de salvar a la humanidad, el Hijo de Dios "afirmó su rostro". Una expresión resuelta, decidida, se reflejaba en su semblante y en sus gestos. Aun en su actitud para con los que lo buscaban se advertía una nueva energía, un sentido de urgencia. Cuando iban por el camino, Jesús le dijo a uno: "Sígueme". El hombre le respondió: "Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". La respuesta de Jesús puede haberle parecido un tanto brusca: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios". "Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios" (S. Lucas 9:59-62).

     

    Al contemplar el rostro firme y determinado de nuestro Salvador ante el sacrificio, el Espíritu Santo reprende nuestra indiferencia, nuestro apego a la comodidad, nuestras prioridades tan materialistas, en fin, el egoísmo y la vacilación que contaminan nuestra vida moral. ¿Por qué hay tanto mal en el mundo? ¿Por qué el vicio en todas sus formas tiene tanto poder? Porque todos, autoridades o no, jefes y subalternos, creyentes o ateos, educados o ignorantes, vacilamos en el cumplimiento de nuestro deber. Unos por temor, otros por codicia, y los demás por indiferencia, dejamos que el mal se apodere de nuestra sociedad y de nuestra vida. Por cada funcionario honesto y heroico que arriesga su vida por combatir el mal, hay cien que cierran los ojos y extienden la mano.

     

    Frente al cumplimiento de tus deberes, ya sea las sencillas tareas cotidianas o los grandes imperativos morales, recuerda la expresión que surgió en el rostro de Jesús cuando puso su divina mano en el arado del sacrificio y la muerte en la cruz, por amor a ti. Esa firmeza, ese valor y determinación sublimes, también pueden llegar a caracterizar tus propias actitudes y conducta. Entonces llegarás a ejercer verdadero control sobre tu destino, y tu influencia sobre la sociedad que te alberga será semejante a la de Cristo.

     

    Hay otras dos expresiones en la contemplación del rostro de Jesucristo. Una, la expresión de sufrimiento y dolor indecible que embargó al Salvador en el Getsemaní y a través de su juicio y crucifixión; y la otra, la que un pequeño grupo de sus discípulos contemplaron por breves momentos en las tinieblas de una noche inolvidable. Es que ahora tendría que escoger entre la vida y

    la muerte, entre el triunfo y el fracaso, entre la honra y la deshonra, entre su propia voluntad y la de su Padre, entre su propia salvación y la nuestra. Ahora tenía que decidir si se entregaría al sacrificio para completar la descripción del carácter de su Padre celestial que nosotros necesitábamos conocer y reproducir; o si, buscando la preservación propia y afirmando su propia justicia, le daría la espalda a la cruz.

     

    Gracias a Dios, nuestro Salvador no se negó a continuar su vida de entrega hasta las últimas consecuencias. Su rostro, demudado por la angustia y manchado por el polvo de la tierra, sería pocas horas después sometido a toda clase de indignidades y malos tratos. Pero su aspecto sufriente se ha convertido en un faro de esperanza para la humanidad, la gran revelación del verdadero amor de Dios por todo ser humano de cualquier época y lugar.

     

    Hay otro aspecto del rostro de Cristo sin el cual todas las otras visiones del Salvador perderían su fuerza y su razón de ser. Es el aspecto que adquirió en el monte de la transfiguración, ante los ojos asombrados de tres de sus discípulos. Dice el relato bíblico que "Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (S. Mateo 17:1, 2). Momentos después, oyeron la voz de Dios que decía: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd" (vers. 5).

     

    El rostro de Jesús resplandeció como el sol, para que supiéramos que su origen y dignidad surgen de su condición de Hijo de Dios. Y como tal, puede también restaurarnos a la condición original de inocencia, dominio propio y energía espiritual de que gozaban Adán y Eva antes de pecar.

     

    ¡Que la contemplación del rostro de Jesucristo te transforme cada día más a su semejanza!

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