8 PRINCIPIOS PARA UNA SALUD ÓPTIMA
OCHO PRINCIPIOS PARA UNA SALUD ÓPTIMA
Los doctores Lee S. Beck, de la Universidad de Loma Linda, y W. F. Fry, de la Universidad de Stanford, descubrieron mediante investigaciones controladas que en las personas que sonríen, gozan de la vida y son felices, se pueden observar cambios mensurables en sus sistemas de inmunización, es decir, en la capacidad para defenderse eficazmente de las enfermedades que constantemente intentan invadir el organismo, porque la mente y el cuerpo operan íntimamente unidos.
Esta relación vital, descubierta hace poco, ya estaba asentada en las Escrituras desde hace tres mil años: "El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos" (Proverbios 17:22). Y según San Juan, el deseo de Dios para nosotros es el siguiente: "Amado... (3 S. Juan 2).
Brevemente presentaremos ocho principios esenciales --naturales-- que tienen que ver con la buena salud.
1. El aire puro es fundamental. Tanto durante el día como mientras dormimos, la ventilación adecuada de nuestro hogar y del lugar donde trabajamos asegurará que nuestra sangre lleve la cantidad suficiente de oxígeno a todo el cuerpo. El aire que respiramos debe ser tan puro como sea posible. Si el aire es limpio, respirar profundamente varias veces por la mañana y caminar vigorosamente es una excelente manera de oxigenar el organismo. No nos expongamos al humo, los gases o las bacterias que suelen contaminar el aire.
2. La luz del sol. Los beneficios de la luz del sol son numerosos. Quince a treinta minutos de exposición a la luz del sol temprano en la mañana o por la tarde, ayudarán al cuerpo a elaborar la vitamina D, un elemento esencial para la vida. La vitamina D ayuda a la sangre a producir calcio y fósforo, que fortalecen y reparan los huesos. La luz del sol actúa como desinfectante y elimina las bacterias y los gérmenes. Exponerse al sol del mediodía después de un viaje en avión que cruza diferentes zonas horarias, ayuda al cuerpo a ajustarse al cambio de hora. La luz provee la energía por la cual las plantas convierten el dióxido de carbono y el agua en carbohidratos. Sin este proceso los animales y los seres humanos morirían de hambre. Tenemos una palabra de advertencia, sin embargo. La prolongada exposición de la piel a la luz del sol aumenta el riesgo de cáncer, acelera el proceso de envejecimiento, puede dañar los ojos y causar cataratas.
3. El descanso. En general, nos preocupamos mucho de gozar siempre de buena salud, o por lo menos de no sufrir molestias. Cuando algo nos duele, solemos tener a mano la tableta o la píldora que quita el dolor y que suprime los síntomas, y así podemos seguir con nuestro ritmo acostumbrado. Los síntomas que queremos eliminar, a menudo son la manifestación de los esfuerzos que está haciendo el organismo para combatir la enfermedad. La fiebre, la congestión, el cansancio, suelen ser evidencias de que el cuerpo está trabajando decididamente para sanarse. A veces nos olvidamos que el cuerpo necesita descansar para repararse a sí mismo. Necesitamos hacer un alto en el ciclo del trabajo, y tomar un día de descanso por semana, y vacaciones anuales o semi anuales, que constituyen una buena oportunidad de romper la rutina. Recargar las baterías espirituales también es importante para la salud física. Unos momentos dedicados cada día al estudio de las Escrituras y la oración, sanan el cuerpo y el alma.
4. El ejercicio. En la obra sobre el tema, titulada Una Guía para la Salud, encontramos lo siguiente:
"1. El ejercicio ayuda a normalizar la presión de la sangre.
"2. Permite que más cantidad de sangre llegue a todas las partes del cuerpo, para que las extremidades se conserven con buena temperatura.
"3. Alivia las tensiones físicas y emocionales, de manera de poder disfrutar más de la vida. El ejercicio es, por lo común, la mejor manera de aliviar la preocupación y curar el estrés.
"4. Provee energía eléctrica al cerebro y a las células nerviosas. Preserva la salud porque le ayuda al sistema de inmunización a funcionar debidamente. También le ayuda a la mente a pensar en forma más creativa y eficaz.
"5. La gente que hace ejercicio, generalmente se mantiene en su peso normal.
"6. Aumenta la cantidad de energía, contribuyendo a retardar el cansancio físico y la tensión emocional.
"7. Le ayuda al cerebro a producir endorfinas, una hormona que proporciona una sensación de bienestar y que aumenta la resistencia al dolor".
Esta lista parcial de beneficios debería convencernos de que es tiempo de dejar a un lado las excusas y comenzar a hacer ejercicios. Comience lenta y gradualmente, aumentándolos a medida que dispone de más resistencia. Pero, consulte a su médico antes de comenzar a hacer ejercicios. La presión sanguínea alta y el exceso de colesterol pueden ser peligrosos cuando se comienza un programa de ejercicios.
5. El uso abundante de agua por dentro y por fuera. El agua es esencial para el buen funcionamiento de todas las células del cuerpo. Es un solvente natural; el medio más perfecto para la limpieza interna y externa.
Citamos de nuevo la obra mencionada: "El organismo necesita cada día más de dos litros de agua para llevar a cabo sus funciones. Algunas de ellas son la circulación de la sangre, la expulsión de los desechos, el traslado de los nutrientes (sustancias alimenticias) y la digestión. Parte del agua que necesitamos viene con los alimentos que ingerimos.
"Cada uno de nosotros tiene en promedio entre quince y cuarenta millones de células cerebrales, compuesta cada una de ellas de 70 a 85% de agua. Si les proporcionamos suficiente cantidad de agua, estarán alertas mentalmente y de esa manera se prevendrá la depresión y la irritabilidad.
"Además del agua que bebemos, es importante que tomemos cada día un baño tibio o una ducha tibia para mejorar la circulación y proporcionarle energía al cuerpo y a la mente. Los baños y las duchas también pueden tranquilizar los nervios alterados; si éstos se mantienen irritados, pueden producirse enfermedades por el debilitamiento del sistema de inmunización".
6. Alimentación apropiada. En ocasión de la creación Dios le proveyó a Adán y Eva un régimen de alimentación compuesto por nueces, granos y frutas (Génesis 1:29). Después de la entrada del pecado, a este régimen se le añadieron las verduras (Génesis 3:18). Recién después del diluvio el Creador agregó "carnes limpias", es decir, las de determinados animales.
Está científicamente demostrado que la gente que se atiene a un régimen vegetariano equilibrado es más sana y vive más tiempo. Por eso, muchos expertos en nutrición y salud recomiendan que se vuelva al régimen original de alimentación de la humanidad, es decir, al consumo de nueces, cereales, leguminosas, frutas y verduras. La carne de los animales contiene grasas saturadas y colesterol, lo que aumenta el riesgo de la alta presión de la sangre, los paros cardíacos, las enfermedades del corazón, el cáncer, la obesidad, la diabetes y otras dolencias.
7. Abstención de todo producto perjudicial. Las Escrituras nos amonestan (sólo por citar un ejemplo) claramente en contra del consumo de bebidas alcohólicas. "El vino es... (Proverbios 20:1). "¿Para quién las quejas?... (Proverbios 23:29, 30).
8. Confianza en el poder divino. A alguien le podrá parecer extraño que incluyamos un factor como éste en la lista de los remedios naturales, pero los siete que hemos presentado previamente carecerían de valor sin este octavo. Recordemos la causa básica del bienestar: "Bendice, alma mía... (Leer Salmos 103:2-4).
David Larson, un consultor del Instituto Nacional de Salud Mental, hizo una extensa investigación acerca de la relación que existe entre la religión y la salud. Se sorprendió al descubrir que los que concurren a la iglesia viven más que los que no lo hacen. Los fieles tienen un índice reducido de enfermedades cardiovasculares, arteriosclerosis, presión alta y otros males.
La aplicación de estos ocho remedios naturales te permitirán gozar de mejor salud física, mental y espiritual, y estar mejor preparado para salir al encuentro del Señor en ocasión de su segunda venida a este mundo.
EL VALOR DEL HOGAR
EL VALOR DEL HOGAR
Con toda autoridad y acierto, Elena de White en uno de sus escritos recalcó que "no hay campo de acción más importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar. No hay obra encomendada a los seres humanos tan henchida de consecuencias trascendentales como la de los padres y las madres". ¿Por qué? Ella misma responde: "Los jóvenes y niños de hoy son los que determinan el porvenir de la sociedad y lo que estos jóvenes y niños han de ser depende del hogar" (El hogar y la salud, pág. 7).
Si hay una verdad que necesita ser subrayada en el corazón y grabada en la conciencia, es precisamente la que acabamos de mencionar. Todos necesitamos comprender y revalorar, en su verdadera dimensión, la importancia que tiene el hogar. La sociedad se compone de familias y la salud física, emocional y espiritual de cada núcleo familiar determinará el estado o condición de la sociedad en general. Ninguna persona que piensa puede atreverse a desinteresarse de la condición de los hogares y el rumbo de la juventud, porque lo que está en juego es la suerte misma de la humanidad.
En el hogar, cada criatura no sólo nace a la vida física; también nace a la vida afectiva, intelectual y espiritual. Ese es el marco adecuado donde debe desarrollarse armoniosamente cada fase de la personalidad de los niños. El hogar es la primera escuela. Es allí donde, en virtud de las enseñanzas y el ejemplo de sus padres, los hijos aprenden las nociones elementales sobre el misterioso arte de vivir. En forma imperceptible, pero efectiva, es allí donde se van delineando los hábitos de conducta que determinarán el carácter y el futuro mismo de los hijos. El orden, la veracidad, el respeto, la diligencia y el espíritu de valor y sacrificio, han de figurar entre las verdades fundamentales impartidas en la pequeña pero gran escuela familiar. El hogar también está llamado a ser la primera iglesia, el lugar donde se inspire el temor y el amor de Dios, junto con el deseo íntimo y ferviente de obedecerle y respetarle. No hay substituto para el altar de la familia. Si en su primera infancia, y bajo el ejemplo de sus padres, las criaturas aprenden a inclinarse ante Dios y a orar con devoción, se están echando los fundamentos de una vida de éxito. Los padres tienen la solemne obligación de señalar ante sus hijos la diferencia entre lo bueno y lo malo, a fin de que entiendan que cada acto apareja la recompensa o el castigo correspondiente.
¡Qué maravillosa oportunidad tienen los padres de amparar a sus hijos bajo las alas protectoras del amor divino, de llenar sus corazones de fe, de gozo y esperanza! Ante el cúmulo de posibilidades y bendiciones que entraña el hogar, bien podemos repetir la conocida frase de que "la mano que mueve la cuna mueve el mundo".
Lo desconcertante y alarmante en este planteo, es la dramática realidad de que el hogar está en crisis. Ante nuestros propios ojos se desarrolla la tragedia del desmoronamiento de la familia. Aumenta en forma pavorosa el índice de los divorcios y con ello una serie de nefastas consecuencias. Centenares de miles, y aun millones de niños, sufren un irreparable desamparo. En su más tierna infancia muchos se ven privados del consejo, la protección y el amor de ambos padres. Por lo tanto, no debe sorprendernos que, impulsados por el resentimiento y la inseguridad, se transformen en individuos antisociales y fracasados. Aunque no siempre se admite, también es dolorosísima la frustración y angustia que experimentan los fundadores de una familia que se deshace.
¿Por qué los hogares modernos tambalean? ¿Por qué aumenta el número de parejas divorciadas? ¿Qué es lo que socava las reservas de afecto de los cónyuges y los hace fracasar en su vocación de esposos y padres? Para explicar estos hechos, algunos invocan razones económicas. Consideran que la presión de la vida moderna compromete, tanto al esposo como a la esposa, a prolongadas jornadas de trabajo fuera del recinto familiar. Se aducen, también, razones de orden social, particularmente el clima de violencia imperante, que desarraiga la planta de la bondad y del amor que debiera crecer lozana en la huerta espiritual de la familia. Por otra parte, el aflojamiento de las normas, lo que se da en llamar la nueva moral, ha hecho que para muchos la palabra lealtad y respeto de los votos matrimoniales no tenga ningún sentido. La crisis mayor, que a su vez desencadena todas las calamidades y problemas, es la de orden espiritual. Deslumbrado por las conquistas y ventajas materiales, el ser humano se ha olvidado de Dios. La fe y el amor que dimanan de Jesucristo son apenas una teoría en los labios de muchos. Y así, se pretende vivir sin contar con la dirección y bendición de aquel que es el Autor de la vida.
El casamiento debiera ser el acto de depositar dos corazones, dos voluntades, sobre un altar que está encendido con la llama del amor divino; pero en la mayoría de los casos no es así. El nombre y el espíritu de Cristo están, prácticamente, ausentes en el momento de formar el hogar. Convendría recordar que el autor de la institución matrimonial fue Dios mismo. El consideró sabio y necesario la formación y unión del hombre y la mujer. Ambos, además de proveerse afecto y compañía, debían asegurar la perpetuación de la especie humana. La nobleza del origen y de los propósitos del matrimonio fueron realzados por Jesucristo en las siguientes palabras: "¿No habéis leído... (S. Mateo 19:4-6).
Conociendo el origen divino del matrimonio y comprendiendo su tremenda repercusión social, tenemos el sagrado deber de hacer cuanto está de nuestra parte para evitar el fracaso de la vida matrimonial y el derrumbe del hogar. ¿Qué hacer? En primer término, conviene recordar la necesidad de que el hogar se establezca sobre una base sólida, o sea, que al formalizar el matrimonio los contrayentes hayan madurado física, emocional y espiritualmente. Los casamientos prematuros son una fuente de desgracia y amargura. No pueden resistir la prueba del tiempo y la adversidad, pues se apoyan sobre emociones pasajeras e inestables. Muchas veces lo que une a la pareja es el capricho, la pasión, la vanidad o el simple deseo de salir con su gusto.
Por mucho que sea el cuidado y la prudencia con que se haya contraído el matrimonio, pocas son las parejas que están perfectamente unidas al realizarse la ceremonia del casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es sólo obra de los años posteriores. Para que esa unidad se afiance y perdure, es necesario conservar a cualquier precio la confianza recíproca. Cada uno de los contrayentes debe comprender el papel que le corresponde y cumplirlo en forma leal. El hombre está llamado a ser la cabeza de la familia y debe desempeñar su función con dignidad y abnegación. Esto no autoriza el ejercicio de la proverbial dictadura masculina a fin de hacer sentir que él es el que manda. Aunque muchas veces se da el caso inverso, lo cual también es un error.
A propósito, se relata el caso de Juan, que conversando con Pedro, le dijo con cierto tono de importancia en sí mismo: "En mi casa hemos convenido que cuando haya que tomar una decisión importante yo seré quien lo haga, y cuando se trate de cosas secundarias, ella las resolverá". Me parece muy bien, dijo Pedro. ¿Y han cumplido ustedes el pacto? "Rigurosamente --contestó Juan. Sin embargo, hasta la fecha se han presentado solamente cuestiones de importancia secundaria".
El intercambio de ideas respecto a la administración del dinero, la educación de los hijos, los planes de trabajo y vivienda, las inquietudes religiosas, y todo eso que forma la urdimbre diaria de la vida, necesita ser compartido en un clima de respeto y confianza. Y si surge algún malentendido, es de sabios arreglar la situación sin que el enojo y el rencor socaven la relación de afecto y amistad.
Si se pudiese resumir en una palabra el secreto del éxito matrimonial, diríamos que estriba en la capacidad que tengan los esposos de comunicarse entre sí, de interesarse sinceramente en el mundo del otro. Es ahí donde fracasan muchas parejas. Poco a poco se van desinteresando el uno del otro, hasta distanciarse en forma irreconciliable.
¿Cuál es la solución? El gran antídoto para contrarrestar el veneno del egoísmo es sólo uno. El gran remedio, la medicina mágica, lo que hace posible reconstruir hogares derrumbados, y de un montón de cenizas hacer surgir una llama viva y ardiente, es el amor, ese don sublime y eterno que viene de Dios. La exhortación inspirada es la siguiente: "Amados... (1 S. Juan 4:7, 8).
Vivimos en una época en que para sobrevivir es imprescindible dejar prevalecer el amor. Al escribir a los efesios, el apóstol San Pablo dice: "Maridos... (Efesios 5:25). He aquí la medida del amor con que deben estar vinculados los esposos: como Cristo amó a la iglesia. Vale decir, hasta el mismo sacrificio. Cuando el verdadero amor existe en la relación matrimonial, cada uno de los cónyuges siente un intenso deseo de hacer algo en favor del ser amado. Predomina el olvido de uno mismo. No se insiste en satisfacer la voluntad y los propósitos de uno a expensas del bienestar del otro. El amor inspira al sacrificio en favor del ser amado sin pensar en obtener una retribución.
La mayor necesidad que tienen los hogares actuales es la presencia de Jesucristo. Cuando él es aceptado en el corazón de cada miembro de la familia, especialmente en el de los padres y fundadores del hogar, entonces entra a raudales la paz y la alegría verdaderas. "La gracia de Cristo es lo único que puede hacer de la institución del hogar lo que quiso Dios que fuera: un medio de bendecir y elevar a la humanidad. Así pueden las familias de la tierra en su unidad, paz y amor, representar la familia del cielo" (El hogar adventista, pág. 85).
Padre y madre que me escuchas, abre tu corazón a la presencia santificadora de Jesús. Permite que esa, su bendita gracia, inunde todo tu ser. Con Jesucristo, el Salvador, aun la situación más difícil se puede superar y el hogar puede convertirse en un verdadero refugio para los hijos, en medio de las tormentas de la vida. Que Dios sea contigo y te bendiga abundantemente, para que siempre tu hogar pueda estar asentado sobre ese fundamento inconmovible, la Roca de los siglos, que es el Señor Jesús.
La Television
"LA TELEVISIÓN"
EL SEDUCTOR DE MULTITUDES DESDE OTRA VISIÓN Ptr. Daniel Scarone Desde hace tiempo la televisión viene siendo objeto de distintos estudios, especialmente en las áreas que la muestran como fuente de influencia sobre la conducta humana.
Sus defensores son tan apasionados como lo son sus detractores. Unos buscan razones para su eliminación, otros la alaban como moderna tecnología de comunicación social. Ajena a esa reducida y elitista lucha, la televisión continúa proyectando imágenes. Sigue difundiendo lo que es de máximo y mayoritario interés, de y para la opinión pública, aunque solapadamente tiene la habilidad de dominar esa opinión en la cual se basa, formando un círculo que puede estar viciado por una sociedad a la que también tiene el poder de viciar.
Es obvio que hoy todos ven televisión. Unos en sus casas, otros en la de los vecinos, y quizás unos pocos sólo la miran de vez en cuando. En su mundo de imágenes se vuelcan en rápida sucesión una mujer que solicita ayuda porque no tiene casa; una linda señorita que es grácil por influjo de un yogur maravilloso; una pila de cadáveres de soldados guerrilleros; un grupo de amigos que toman cerveza; una muerte violenta; un grupo festivo y alegre que toma una burbujeante gaseosa. Y todo esto en una sucesión de imágenes rápida, fugaz, carnavalesca. Es el moderno instrumento que capta la atención de multitudes y que comienza a dictar las pautas de nuestra cultura. No en vano Jerry Mander propuso la eliminación de este medio. Entre sus argumentos sostiene que la televisión acelera el confinamiento, mostrando un mundo que no vivimos directamente. Nos da una imagen de ese mundo, pero no es otra cosa que un filtro que nos impide la experiencia completa. También ha llegado a ser un instrumento de "colonización psíquica" y de dominación de una mentalidad por otra, y de un estilo de vida por otro, todo lo que conduce a la homogeneización, como si en ella se encontrará el "summum bonum" buscado por el hombre. Un argumento importante, es el que se desprende de un elemento que es inherente a la tecnología televisiva y que produce la reacción neurofisiológica. La pantalla de un aparato de televisión está compuesta por varios cientos de miles de puntos fosforescentes distribuidos en líneas horizontales. Esos pequeños puntos parecen estar siempre encendidos, pero en realidad no lo están. Se prenden y se apagan a razón de 30 a 50 veces por segundo (esto depende del modelo de aparato de televisión). Esta frecuencias es imposible de percibir por el ojo humano, que sólo capta diez titilaciones por segundo. Una luz que se prende y que se apaga a razón de nueve veces por segundo se le ve titilar, pero en una frecuencia superior a diez por segundo, se la ve como si estuviera permanentemente encendida. Hasta el momento el hombre no ha encontrado un fenómeno natural que requiera mayor velocidad de captación, porque únicamente la electrónica ha sido capaz de crear oscilaciones luminosas de tal rapidez. En alguna época, la diferencia entre la velocidad de captación del mojo (10 por segundo) y la posibilidad electrónica (30 por segundo), fue utilizada para intercalar mensajes subliminales. En cierto sentido, la TV es enteramente subliminal, pues la imagen se define por el color que van tomando los puntos al prenderse o al apagarse. Pero esta característica, la de formar imagen con puntos que se prenden y se apagan, hace que la imagen esté en constante composición. Dicha imagen, la que se forma en la pantalla, es algo así como un rompecabezas electrónico que constantemente se está componiendo en sucesivas imágenes. Este hecho, el que la imagen no esté allí en forma completa como lo está en una fotografía o en una pantalla cinematográfica, puede comprobarse sacando distintas tomas fotográficas a una pantalla de televisión con una velocidad distinta para cada toma. Una fotografía sacada a la velocidad de 1/100 por segundo puede resultar en una toma que muestre una pantalla en blanco o a medio componer, en virtud de que el "barrido", no alcanzó a completar la imagen. Esto nos conduce a la pregunta: ¿dónde se forma la imagen? La respuesta es: en nuestra mente. Esta es razón por la cual al mirar televisión se produce una gran concentración, pues involucra la constante composición de los retazos de imágenes, argumentos y banda de sonido. Esta característica puede llegar a atrofiar nuestra imaginación. Si establecemos una comparación con la lectura, encontramos que ésta nos ofrece códigos inmóviles compuestos por letras que son descodificadas en imágenes al ritmo en que el lector las va leyendo. Si leemos la palabra "casa", la composición de las letras no se asemeja a una casa, pero al leer los signos, la imaginación crea en nuestra mente. En cambio, la televisión ya nos entrega una imagen en formación, y por lo tanto no necesitamos imaginarla. Si pasamos mucho tiempo siendo receptores pasivos de imágenes creadas por otros, el proceso mental que produce la imaginación ¡se atrofiará!.
EL EFECTO EN LA EDUCACIÓN: Desde el punto de vista educativo hay dos incidencias de la televisión que tienen mucha importancia. Una es que el sistema educativo presupone que no todas las cosas son inmediatamente accesibles y que es necesario dedicación al estudio, trabajo y tiempo, antes de lograr un determinado conocimiento. Esto queda eliminado por la televisión, pues ella da la información sin gradualismo alguno. Esto, a su vez, nos conduce al segundo aspecto, y es que la televisión ha abierto todos los secretos y tabúes de la sociedad, borrando, a golpe de imágenes, la línea de separación que debe existir entre la infancia y la edad adulta para reemplazarla por una cultura homogénea.
LOS COMERCIALES O LAS TANDAS PUBLICITARIAS: Los comerciales, básicamente, enseñan que: El mayor elemento motivacional utilizado es el sexo, seguido por la amistad, la propia persona, la autorrealización, la aceptación social, etc. Los publicitarios son conscientes de las inseguridades y de las ansiedades del público, y no dejan de explotarlas. Un cigarrillo le proporciona independencia a un joven. A otro, un par de jeans le da status. Un perfume resuelve las dudas de un tercero en cuanto a su feminidad o virilidad. La mayoría de los publicitarios vinculan los estados ansiosos con la sexualidad, lo que determina la enorme cantidad de publicidad con vestigios de erotismo. En la televisión, la mujer es enormemente explotada en los comerciales. En ellos se la estimula a permanecer siempre joven, fresca y simpática. A ser pasiva y dependiente, nunca decidida y madura. A su vez, la inocencia y la sensualidad se confunden, como si en verdad una mujer pudiera ser desvergonzadamente sensual y a la vez virginal, o arteramente seductora y casta a la vez. Esto se confunde en un crisol de conducta esquizoide, símbolo de nuestro tiempo, y muestra de nuestra ambivalencias. La atenta observación de ciertos comerciales demuestra cómo la mujer es desmembrada resaltándose ciertos sectores de su anatomía, de la que ella no es más que la suma de todas esas partes. Toda la promoción está orientada hacia la belleza exterior y únicamente es apreciada la mujer que ha logrado cierto nivel de perfección física. Pero lo que nunca dirán los comerciales es que esas imágenes no sólo son artificiales, sino que también se logran artificialmente. Tampoco dirán que muchos de esos productos, cosméticos o bebidas, tienden a deteriorar la belleza física. En los comerciales existe muy poco énfasis (en realidad casi no existe) en la adecuada nutrición y el ejercicio, factores muy importantes para la salud y la vitalidad.
LA TELEVISIÓN Y LA VIOLENCIA: Paradójicamente, a pesar de tanto crimen proyectado, el espectador ve poco dolor y sufrimiento, lo que da una falsa imagen de la realidad. En New Rochelle, Nueva York, un asesino protagonizó en la vida real un homicidio a palos, a semejanza de uno exhibido en la televisión. Luego declaró a la policía que estaba sorprendido de que la víctima no hubiera muerto al primer golpe, como lo había visto en la pantalla, sino que alzó su mano para defenderse, y gimió y lloró lastimeramente. Leonard Eron, profesor de psicología de la Universidad de Illinois, y sus colegas, compararon la "dieta" televisiva de 184 niños de ocho años de edad, y repitieron la comparación al cumplir éstos los dieciocho años. Su informe fue: "Entre más violentos fueron los programas presenciados en la niñez, más belicosos resultaron los jóvenes adultos. Encontramos que siu conducta estaba plagada de acciones antisociales, desde el robo y el vandalismo hasta los ataques con armas mortales. Los niños adquirieron hábitos de agresividad que persistieron por lo menos por diez años". ¿Por qué no se reduce la violencia por TV? El informe de dos investigadores, Clark y Blankeburg, sostiene que existe un ciclo que refleja la búsqueda de la popularidad y que es el precio de lo que se busca, porque cuando el "rating" indica que los programas violentos son populares, existe una mayor competencia entre los canales y una consecuente emisión de este tipo de programas. Esto hace imposible que exista control alguno, porque es la demanda el factor determinante de la proyección de un filme violento. El único control que queda está en el botón del encendido, pero para hacerlo funcionar se requiere fuerza de voluntad, y lamentablemente la fuerza de voluntad es un bastión dominado.
LA TELEVISIÓN Y EL SEXO: Un estudio realizado demuestra que son más frecuentes los casos de embarazo en las jóvenes televidentes que en las que no miran televisión, porque las primeras tienden a depositar una mayor confianza en las experiencias con el sexo opuesto para asemejarse así a las que mantienen sus "heroínas" en la televisión. Esta no es más que otra pauta del molde conductista que produce la televisión.
¿Y QUE DECIR DE LA PÉRDIDA DE TIEMPO? Es obvio que, en muchos casos, la TV está menoscabando aspectos vitales de nuestra existencia, conduciéndola a la pérdida de algunas de sus características esenciales.
EN CONCLUSIÓN: En general, se debiera ejercer mucho cuidado con los niños. No debieran ver más de tres horas de televisión por semana, y esas horas necesitarían ser adecuadamente evaluadas por sus padres. No podemos permitir que nuestros hijos queden librados, en su formación, al criterio mediocremente moral de multinacionales cuyo único propósito es el consumo y el materialismo. Nosotros, nuestra mente, nuestra familia, nuestra fe, nuestra escala de valores, son factores que deben entrar en juego en esa evaluación, y no podemos someterlos al manoseo consumista y superficial, donde un hombre o una mujer sólo logran la felicidad si "tienen" determinado producto. Es necesario tomar una racional distancia de un mundo que es y vende mentira. Nuestra mente, nuestra escala de valores, jamás debieran de ser objetos de "colonización psíquica". Dios creó al hombre insertándolo en un mundo de realidades, y le dio su imaginación para que pensara en un mundo mejor. Pero no lo colocó en medio de fantasías, ni quebrantó, por medio de técnica alguna, su facultad soberana de imaginar. Alguien que deseara destruir las más íntimas aspiraciones del hombre implantó un sistema que lo ata y lo deja librado al dominio exterior y a la manipulación de su mente. En la mente está depositada toda nuestra herencia cultural y todo nuestro capital volitivo. De ella fluyen nuestros pensamientos, que determinan nuestra conducta. San Pablo dio un consejo orientado a salvaguardar el génesis de todo pensamiento cuando dijo: "TODO LO QUE ES VERDADERO, TODO LO HONESTO, TODO LO JUSTO, TODO LO PURO, TODO LO AMABLE, TODO LO QUE ES DE BUEN NOMBRE; SI HAY VIRTUD ALGUNA, SI ALGO DIGNO DE ALABANZA, EN ESTO PENSAD" (Fil. 4:8).