En un terremoto
Durante un terremoto, ocurrido hace unos pocos años, los habitantes de la pequeña ciudad, presos del pánico, corrían de una a otra parte, cuando se apercibieron de una anciana, a quien todos conocían, en cuya actitud no podía verse sino paz y sosiego, la cual, desde la puerta de su vivienda parecía sonreír a los espantados.
Alguien le preguntó: -Abuela. ¿No tiene usted miedo?
A lo que la anciana, una cristiana fiel, contestó: -No, no tengo miedo... Muy al contrario... Estaba pensando que mi suerte es grande, pues tengo para ayudarme a un Dios que puede, si quiere, sacudir el mundo.La Parábola de las piedras
En un libro titulado "Las piedras hablan", leemos la siguiente ilustración:
Las piedras de un hermoso templo dijeron a sus fieles afligidos: "Venimos del monte; el fuego y el agua nos formaron a través de las edades, pero solamente nos hicieron peñascos. Manos humanas nos cortaron para tenernos en este lugar donde contribuimos a la adoración de Dios. Aquí estamos gozándonos con las lecciones que se dan en este lugar acerca de vuestro Hacedor y nuestro, pero hemos pasado por muchas vicisitudes para llegar a ocupar este puesto.
La pólvora poderosa, destrozó nuestro corazón, las mazas de los picapedreros nos han quebrantado por todos lados; todo parecía sin objeto ni significado cuando nosotras estábamos en la cantera. Bárbaramente fuimos cortadas en bloques; algunas de nosotras cinceladas con instrumentos muy finos, pero estamos aquí completas, cada una en nuestro lugar de servicio.
Vosotros, seres inmortales, que tenéis que habitar en una región superior, estáis todavía en la cantera de este mundo. No estáis completos, y por tanto a vosotros, como a nosotras, muchas cosas os son inexplicables. Pero todo lo comprenderéis cuando estéis en el templo celestial, levantado no por manos humanas, sino por el mismo Dios"Dependiendo de Dios
La isla de donde él venía llamada San Kilda, era muy poco fructífera y tenían que trabajar mucho para poder sacar fruto de la tierra.
Uno de los pasajeros, le preguntó si había oído hablar de Dios alguna vez. El labriego, un tanto resentido de semejante pregunta, preguntó a su vez a ese compañero de viaje de dónde venía él. El interpelado le respondió con mucho orgullo que él era de una tierra donde la naturaleza daba frutos abundantes y cuyas comodidades ofrecían a las gentes una vida maravillosa.
-Ah, entonces me explico por qué se olvidan de Dios. Nosotros como tenemos que depender de El jamás podemos olvidar¿Qué? ¿Es divertido dar?
Mamita, ¿qué es el pacto? preguntó Chris con curiosidad el sábado cuando regresábamos de la iglesia. Es necesario decirlo, en ese día había llegado su turno. Por fin había tenido el privilegio de llevar el sobre de diezmo para ponerlo en el platillo de las ofrendas. Y Chris había aprovechado bien "su turno" estudiando cuidadosamente los rubros que aparecen en el sobre. No solo quiso tener una información completa de cada motivo de ofrenda que figuraba en la lista, sino que también se preocupó por saber para qué eran esas líneas punteadas sin un rubro definido. Tuve que darle uno o dos ejemplos de ofrendas especiales que se pueden anotar allí. Entonces le vino brillante idea de que podía utilizar los sobres de diezmo para sus ofrendas. Chris ya estaba poniendo su diezmo en los correspondientes sobres, así que le sugerí que guardara el resto del dinero que tenía para dar y lo pusiera en la ofrenda de la escuela sabática. Le dije que, generalmente, solo los miembros de la iglesia ponen sus ofrendas en los sobres de diezmo y que tal vez el todavía no era lo suficientemente grande como para comenzar con esa práctica. Pensé que con eso quedaría satisfecho por un tiempo. Y así fue. Pero solo por un tiempo, alrededor de los cuatro años, para ser exacta. En ese entonces fue bautizado, con lo cual llegó a ser un miembro pleno, con todos sus derechos. ¡Y tenía una memoria extraordinaria! Poco tiempo después alguien le dio un dólar. Probablemente fue su abuela. Un viernes de tarde lo encontré trabajando intensamente con un sobre de diezmo. No tenía problema con los diez centavos que correspondían al diezmo, pero estaba estudiando cuidadosamente cómo distribuir sus ofrendas en los demás rubros. Al mirar por encima de su hombro, pude ver que había puesto un centavo para La Voz de la Profecía y otro centavo para el programa Fe para Hoy, además de asignar un poco para la mayor parte de las ofrendas indicadas. En ese momento mi corazón simpatizó con el pobre tesorero que tenía que llevar la cuenta de las entradas. Abrigué la esperanza de que él no se molestara demasiado. No tuve coraje para desanimar a Chris siendo que, obviamente, tomaba tan en serio el ser un fiel miembro de iglesia. Algunos años después brincó al cobrar su primer cheque. La alegría que se le dibujó en el rostro cuando preparó su sobre de diezmo era digna de verse. Al comprobar cuán feliz se sentía por el privilegio de dar, me sentí avergonzada. ¡El estaba contento y orgulloso, y lo mostraba! Ahora tenía dudas acerca de cuán capaz era de hacer su parte para sostener a su iglesia. Mirando hacia atrás, recordé el primer día que decidí seguir el plan de ofrendas sistemáticas. Lo hice sobre la base de un porcentaje básico de entrega regular para todas las ofrendas. Convencida de que ese era el camino correcto que debía seguir, tomé la determinación de avanzar por él con toda solicitud. Pero debo admitir que mis sentimientos íntimos estaban lejos de ser felices. Allí había una valla llena de egoísmo que debía vencer. Y pasó un tiempo antes que pudiera colocar mi promesa en el sobre sin sentir preocupación por lo mucho que estaba dando. ¡Debo admitir que mis sentimientos no eran de gozo! Pero me obligué a hacerlo porque quería practicarlo aún cuando no sintiera un impulso en ese sentido. Los diezmos y las ofrendas siempre tuvieron que zafarse de mis manos para ir a engrosar las arcas, o yo jamás lo hubiera logrado. Con el paso de los años esta práctica ha llegado a ser un hábito que me produce placer. Y ya no me duele hacerlo. Pero pienso que todavía no experimento el mismo grado de exuberante alegría que manifestó mi hijo al dar sus ofrendas. Una lección que aprendí de esta experiencia es cuán importante es acostumbrar a los hijos, mientras son pequeños, a practicar la dadivosidad sistemática en los diezmos y las ofrendas, mediante el ejemplo y la explicación paciente. Muchas veces al enseñar estos principios a mi hijo, debí decirle cosas que yo sabía que eran así pero que no las sentía de la misma manera en mi interior. El Señor ha sido bueno conmigo, y de algún modo ha evitado que mis sentimientos mezclados hicieran una impresión negativa en mis hijos. Los esfuerzos realizados para educarlos en la dadivosidad han surtido un ejemplo que se ha reflejado sobre mí. Me ha proporcionado inmenso placer y felicidad ver el gozo pintado en el rostro de mis hijos. Y cuando observo que ellos son capaces de dar con tanta alegría, me siento estimulada en mi dadivosidad personal. Para nuestros tesoreros eso puede significar un trabajo extra al tener que contar y contabilizar una gran cantidad de monedas, pero si se acostumbrara a cada niño a dar alegremente y en forma sistemática, ¿no serían realmente grandiosos los resultados financieros? Podría ser que la tarea sea más fácil para la próxima generación de tesoreros, pues dispondrían de suficientes fondos para satisfacer las necesidades de la iglesia. Por otra parte,, habiendo logrado la victoria sobre nosotros mismos y dejando todo atrás, pronto el Señor podría introducirnos a la tierra prometida.
CONSERVEMOS A NUESTROS MIEMBROS
De todos los métodos que he ensayado en mi afán de alcanzar eficiencia pastoral entre los seiscientos miembros de la Iglesia Central, ninguno resultó tan satisfactorio como el registro de asistencia a la Iglesia en combinación con un sistema de archivo.A instancias de nuestro tesorero compramos un archivo para tarjetas de 15 por 27 cm. En esas tarjetas colocamos el nombre de cada miembro y al lado un conjunto de 52 casillas una para cada sábado del año. Cada sábado de mañana, en un momento convenido del servicio, los diáconos, obrando con discreción, entregan a los miembros de la primera fila de asientos de cada sección una hoja de papel fijada a un rectángulo de madera con un lápiz atado y la siguiente instrucción "Para ayudarnos a ayudarle. Tenga la bondad de anotar su asistencia al culto de esta mañana escribiendo su nombre en esta hoja. Muchas gracias". La hoja pasa silenciosamente de mano en mano a la última fila; tanto los miembros como las visitas firman sin vacilación. El lunes por la mañana lo dedicamos a transferir esos nombres en las tarjetas de archivo. Ninguna visita pasa inadvertida. Si no la conocemos, podemos obtener información del miembro cuyo nombre aparece a continuación del suyo. Así logramos valiosas relaciones que con frecuencia terminan con una serie de estudios bíblicos. Además, logramos identificar. Rápida y fácilmente a los jóvenes de la iglesia que no se han bautizado. Iniciamos este sistema a comienzos de año; y dejamos que los datos se acumularan por un tiempo al cabo de dos meses revelaron datos notablemente claros y orientadores. De inmediato resaltaron los nombres de los miembros que no habían asistido. Por conocer con tanta exactitud quiénes eran, estuvimos en condiciones de trabajar por ellos y de traer i muchos de vuelta a la iglesia. Supimos de algunos que habían dejado de asistir Esto puso de relieve el peligro de creer que si el templo está lleno de gente es porque asisten todos los miembros. Algunas veces el edificio puede estar repleto de personas que no pertenecen a la iglesia. Además, conocimos los nombres de los que asistían irregularmente. A éstos les prestamos atención particular y les enviamos una tarjeta cada vez que faltaban al culto. Esto ha producido resultados muy alentadores, mientras en los primeros meses del año enviábamos unas 40 tarjetas a los miembros de asistencia irregular, ahora no pasan de diez, término medio. Esta cifra representa, tal vez un mínimo irreductible. Y esto se debe a que cada semana hay hermanos que. visitan otras iglesias, y algunos que no asisten por enfermedad Este sencillo método ha demostrado ser de ayuda para mantener el interés de los miembros y de este modo prevenir las pérdidas por apostasía. En lugar le que el grupo de los ausentes en forma permanente continuará en aumento, hemos logrado reducirlo lenta pero seguramente. Descubrimos, para nuestra sorpresa que los miembros se sienten complacidos al comprobar que el pastor se preocupaba de ellos aun si faltan una sola vez. Algunos recurren al teléfono para explicar su ausencia. La obtención de estos beneficios justifica el precio pagado por el archivo; pero éste proporciona algunas ventajas adicionales. Ciertas marcas de color hechas en las, tarjetas, por su presencia o su ausencia o su posición, revelan sí el miembro es fiel en el pago de los diezmos, de la promesa para gastos de la iglesia, si recibe algún conjunto de revistas, si sus hijos van a la escuela de la iglesia, su nacionalidad etc. Antes de acudir a visitar a un miembro, estamos en condiciones de comprobar su con todos estos puntos vitales con sólo consultar la tarjeta correspondiente. Cuando la está por emprender una campaña, conocemos la fuerza real con que podemos contar recorriendo las tarjetas y observando estas marcas, de colores. La tarjeta ha demostrado ser un retrato de la personalidad del miembro; contiene el registro de su trabajo en la iglesia, de sus talentos, de las herramientas y equipo que posee, etc. Al dorso se anotan algunos datos financieros de la persona, que han sido de mucha utilidad para el pastor. El pastor que recién llega a una iglesia donde se practica. Este sistema, en unas pocas semanas adquirir la información que de otra manera demoraría años en obtener. Y lo que es mejor, evita que realice un trabajo de adivinación al pastorear el rebaño. Ralph S. Larson