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    ¿Qué? ¿Es divertido dar?

    ¿Qué? ¿Es divertido dar?    Por Faith Gennikck   
    Mamita, ¿qué es el pacto? preguntó Chris con curiosidad el sábado cuando regresábamos de la iglesia. Es necesario decirlo, en ese día había llegado su turno. Por fin había tenido el privilegio de llevar el sobre de diezmo para ponerlo en el platillo de las ofrendas. Y Chris había aprovechado bien "su turno" estudiando cuidadosamente los rubros que aparecen en el sobre. No solo quiso tener una información completa de cada motivo de ofrenda que figuraba en la lista, sino que también se preocupó por saber para qué eran esas líneas punteadas sin un rubro definido. Tuve que darle uno o dos ejemplos de ofrendas especiales que se pueden anotar allí. Entonces le vino brillante idea de que podía utilizar los sobres de diezmo para sus ofrendas. Chris ya estaba poniendo su diezmo en los correspondientes sobres, así que le sugerí que guardara el resto del dinero que tenía para dar y lo pusiera en la ofrenda de la escuela sabática. Le dije que, generalmente, solo los miembros de la iglesia ponen sus ofrendas en los sobres de diezmo y que tal vez el todavía no era lo suficientemente grande como para comenzar con esa práctica. Pensé que con eso quedaría satisfecho por un tiempo. Y así fue. Pero solo por un tiempo, alrededor de los cuatro años, para ser exacta. En ese entonces fue bautizado, con lo cual llegó a ser un miembro pleno, con todos sus derechos. ¡Y tenía una memoria extraordinaria! Poco tiempo después alguien le dio un dólar. Probablemente fue su abuela. Un viernes de tarde lo encontré trabajando intensamente con un sobre de diezmo. No tenía problema con los diez centavos que correspondían al diezmo, pero estaba estudiando cuidadosamente cómo distribuir sus ofrendas en los demás rubros. Al mirar por encima de su hombro, pude ver que había puesto un centavo para La Voz de la Profecía y otro centavo para el programa Fe para Hoy, además de asignar un poco para la mayor parte de las ofrendas indicadas. En ese momento mi corazón simpatizó con el pobre tesorero que tenía que llevar la cuenta de las entradas. Abrigué la esperanza de que él no se molestara demasiado. No tuve coraje para desanimar a Chris siendo que, obviamente, tomaba tan en serio el ser un fiel miembro de iglesia. Algunos años después brincó al cobrar su primer cheque. La alegría que se le dibujó en el rostro cuando preparó su sobre de diezmo era digna de verse. Al comprobar cuán feliz se sentía por el privilegio de dar, me sentí avergonzada. ¡El estaba contento y orgulloso, y lo mostraba! Ahora tenía dudas acerca de cuán capaz era de hacer su parte para sostener a su iglesia. Mirando hacia atrás, recordé el primer día que decidí seguir el plan de ofrendas sistemáticas. Lo hice sobre la base de un porcentaje básico de entrega regular para todas las ofrendas. Convencida de que ese era el camino correcto que debía seguir, tomé la determinación de avanzar por él con toda solicitud. Pero debo admitir que mis sentimientos íntimos estaban lejos de ser felices. Allí había una valla llena de egoísmo que debía vencer. Y pasó un tiempo antes que pudiera colocar mi promesa en el sobre sin sentir preocupación por lo mucho que estaba dando. ¡Debo admitir que mis sentimientos no eran de gozo! Pero me obligué a hacerlo porque quería practicarlo aún cuando no sintiera un impulso en ese sentido. Los diezmos y las ofrendas siempre tuvieron que zafarse de mis manos para ir a engrosar las arcas, o yo jamás lo hubiera logrado. Con el paso de los años esta práctica ha llegado a ser un hábito que me produce placer. Y ya no me duele hacerlo. Pero pienso que todavía no experimento el mismo grado de exuberante alegría que manifestó mi hijo al dar sus ofrendas. Una lección que aprendí de esta experiencia es cuán importante es acostumbrar a los hijos, mientras son pequeños, a practicar la dadivosidad sistemática en los diezmos y las ofrendas, mediante el ejemplo y la explicación paciente. Muchas veces al enseñar estos principios a mi hijo, debí decirle cosas que yo sabía que eran así pero que no las sentía de la misma manera en mi interior. El Señor ha sido bueno conmigo, y de algún modo ha evitado que mis sentimientos mezclados hicieran una impresión negativa en mis hijos. Los esfuerzos realizados para educarlos en la dadivosidad han surtido un ejemplo que se ha reflejado sobre mí. Me ha proporcionado inmenso placer y felicidad ver el gozo pintado en el rostro de mis hijos. Y cuando observo que ellos son capaces de dar con tanta alegría, me siento estimulada en mi dadivosidad personal. Para nuestros tesoreros eso puede significar un trabajo extra al tener que contar y contabilizar una gran cantidad de monedas, pero si se acostumbrara a cada niño a dar alegremente y en forma sistemática, ¿no serían realmente grandiosos los resultados financieros? Podría ser que la tarea sea más fácil para la próxima generación de tesoreros, pues dispondrían de suficientes fondos para satisfacer las necesidades de la iglesia. Por otra parte,, habiendo logrado la victoria sobre nosotros mismos y dejando todo atrás, pronto el Señor podría introducirnos a la tierra prometida.

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