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    LA VERDAD QUE TODOS DEBEMOS ENTENDER

    LA VERDAD QUE TODOS DEBEMOS ENTENDER

      TEXTO CLAVE: Malaquías 3:8 INTRODUCCION:  

    Hay dos elementos que innegablemente ayudan a un ser humano a entender el propósito de su existencia y la forma como debe conducirse en su paso por este mundo. El primer elemento consiste en llegar a entender quién es Dios y cómo actúa, y en segundo lugar una percepción verdadera de qué y quiénes somos. Este último elemento depende de que aceptemos una verdad fundamental. Esta misma verdad afecta decididamente nuestra actitud con respecto a todo lo que tenemos, y nuestro enfoque con relación a la dadivosidad. Para algunos de nosotros esta verdad en particular viene a ser una sorpresa, para otros resulta un trago amargo y para otros es completamente inaceptable. De todas formas no debemos olvidar, que la verdad no depende de nuestra aceptación o rechazo. A veces cuando escuchamos ciertas verdades de nuestra fe, declaradas o expresadas, decimos: "No lo creo" o "No estoy de acuerdo con eso"; pero la verdad es verdad, aunque no nos guste, no la creamos o no la aceptemos. La verdad no surge por consenso popular o mayoría de votos, por opiniones individuales o preferencias personales. La verdad es verdad por sí misma.

     

    No podemos por ejemplo, decretar que Dios deje de existir, sencillamente declarando que Dios no existe o diciendo que no creemos en Dios. La existencia de Dios es una realidad aunque creamos en El o no. Dios es real, la palabra de Dios es verdadera, las promesas de Dios son infalibles, el poder de Dios es real, aunque lo aceptemos o no. Con razón el salmista declaró: "Dice el necio en su corazón no hay Dios" (Salmo 14:1). Dios no depende de nosotros para existir, pero nosotros sí dependemos de Dios para nuestra existencia.

     

    CUAL ES LA VERDAD?

     

     

    La verdad difícil que debemos aceptar si hemos de tener una comprensión correcta de qué y quiénes somos, una actitud correcta con respecto a todo lo que poseemos y un enfoque correcto de dadivosidad es ésta: DIOS ES EL DUEÑO DE TODO, Y NOSOTROS SOMOS DUEÑOS DE NADA. En la práctica esta es una verdad difícil de escuchar y aceptar. Posiblemente mientras la decimos hay alguna persona aquí pensando: "¿Está usted diciendo que realmente no soy dueño del carro que manejo, que tiene mi nombre en el título de propiedad, y de la ropa que uso, la casa que está a mi nombre o el dinero que tengo a mi cuenta en el banco?" "¿Está usted diciendo que no soy el dueño de estas cosas, cuando he trabajado duro para obtener todo lo que tengo? Nadie me dio nada, como se atreve a decirme que no soy dueño de mis pertenencias, después de haber trabajado por ellas fielmente durante muchos años, batallando contra las inclemencias del clima y luchando entre el tráfico, trabajando con compañeros difíciles, trabajando arduamente y durante muchas horas para jefes, y compañías que no aprecian el esfuerzo, ganando menos de lo que merezco para poder comprar lo que tengo; y encima de eso usted me dice que nada de lo que tengo me pertenece? Pastor, por favor hablemos en serio".

     

    ENTENDAMOS LA VERDAD

     

     

    Aún cuando usted pueda estar pensando así, esa es exactamente la verdad que debo presentarle. Trabajamos arduamente para tener el privilegio de poseer algunas cosas en esta vida y utilizar algunas cosas para disfrutar o hacer la vida más fácil. Sin embargo, la posesión y los privilegios de gozar y utilizar las cosas no constituyen pertenencia. Las estrellas son nuestras para contemplarlas, pero no nos pertenecen. El calor del sol es nuestro para disfrutarlo, pero no nos pertenece. La música es para nuestro deleite, pero no nos pertenece. El amor es nuestro para gozar de él pero no nos pertenece. Podemos tener compañía: esposa, esposo, hijos o amigos, pero no nos pertenecen. El problema con tantas relaciones es que a veces olvidamos que no somos dueños de las personas. La realidad es que Dios no nos da seres queridos y compañeros, amigos e hijos para hacer lo que queramos con ellos, no somos dueños de nadie.

     

    Ni siquiera somos dueños de nosotros mismos. No podemos despertarnos en la mañana, no podemos determinar nuestra salud, no podemos detener nuestro envejecimiento, no podemos evitar que llegue la muerte, ni siquiera podemos hacer el bien. Hasta un hombre como el apóstol Pablo reconoció que aunque deseaba hacer el bien no tenía la capacidad de hacerlo ( Romanos 7:18-19 última parte).

     

    Si usted cree que le pertenece el carro que maneja, trate de llevárselo cuando se muera. Si usted cree que esa casa que compró o el dinero que ha ahorrado en el banco le pertenecen trate de llevárselos a la tumba. Podemos comprarnos cosas pero no las podemos llevar con nosotros. Los faraones de Egipto creían que podían llevar sus riquezas con ellos al otro mundo. Edificaban grandes pirámides para albergar sus atesoradas posesiones para poderlas disfrutar aún después de la muerte. No se en qué parte del otro mundo se encuentran los faraones, pero las cosas que enterraron con ellos están dispersas en museos y colecciones privadas alrededor del mundo para deleite de otros.

     

    Aunque nos entierren con el carro o con la ropa favorita, aunque nos coloquen nuestro dinero en el ataúd, no llevaremos nada con nosotros. Nuestras pertenencias permanecerán enterradas mientras nuestras almas responden ante un Dios justo y recto. Eso fue lo que descubrió el rico insensato en la parábola de Lucas 12. Y eso fue lo que descubrió el hombre rico en la parábola de Lucas 16. Job dio en el clavo cuando dijo, "Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito"(Job 1:21).

     

    LO UNICO QUE PRESENTAREMOS

     

     

    Cuando nos presentemos frente al tribunal de Cristo, llevaremos con nosotros todo lo que realmente nos pertenece: nuestro carácter. Nuestro carácter es verdaderamente nuestro; hemos trabajado por él y lo hemos ganado. No podemos pasarle nuestro carácter a los demás y los demás no pueden pasarnos el de ellos. Nuestro carácter, lo que somos, no lo que poseemos. Nuestro carácter, quienes somos en realidad, no quienes creemos o pretendemos ser. Nuestro carácter, nuestra integridad y honestidad, nuestra devoción a la verdad y la virtud, nuestra pasión por la justicia, nuestro amor por los demás. Nuestro carácter nos seguirá por la eternidad. Cuando se abra el Libro de la Vida, no se examinará nuestra cuenta bancaria, sino que se pesará nuestro carácter en la balanza, entre el juicio y la gracia de Dios.

     

    En la mañana de aquel día eterno, tendremos nuestra fe, la fe por la que hemos vivido, la fe mediante la cual hemos alabado y servido a Dios; la fe que nos ha hecho una bendición para otros, la fe que nos ha inspirado a dar tanto, a menudo, por tanto tiempo. No podemos legar nuestra fe a otros, y las personas no pueden heredarnos su fe. Cada uno de nosotros debe llegar a un conocimiento personal y pleno de Dios individualmente. Nuestra experiencia con Dios, nuestro testimonios, nuestra profundidad espiritual son nuestras. Otros podrían tener experiencias similares, ya que no es un secreto lo que Dios puede hacer, lo que Dios ha hecho y hará por los demás. Sin embargo, no hay dos individuos que sean iguales, así como no hay dos vidas que sean iguales, así como no hay dos copos de nieve que sean iguales, y no hay dos experiencias terrenales con Dios que sean exactamente iguales. En mi vida, he tenido que luchar contra algunas cosas que usted no ha tenido que enfrentar y en su vida, ha tenido cargas que yo no he tenido. Cada una de nuestras vidas tienen las marcas de la obra especial de Dios. Por eso es que algunos de nosotros gritamos, otros lloramos, otros reímos y otros sólo cerramos nuestros ojos. Cuando nos presentemos frente a Dios, nos presentaremos con una fe que es exclusivamente nuestra.

     

    CUIDANDO LO MAS IMPORTANTE

     

    Nuestro carácter y nuestra fe son casi todo lo que realmente nos pertenece y que nos acompañará más allá de la tumba, a la eternidad.. Todo lo demás que poseemos, pertenece a Dios. Sólo administramos las bendiciones que Dios nos da directamente o que adquirimos gracias a la salud, la fuerza y la sabiduría que El nos da.

     

    Este es el momento en que cada uno de nosotros debe examinar su vida y preguntar, ¿Qué clase de administrador soy? ¿Cómo administramos el cuerpo que habitamos? "¿O ignoráis, pregunta 1ra. Corintios 6:19-20, que vuestro cuerpo es templo de Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo".

     

    ¿Cómo estamos administrando nuestra Mente? Jesús nos recuerda el mandamiento de Dios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" (Mateo 22:37) ¿Cómo estamos administrando nuestro tiempo? El salmista declaró: "Tú eres mi Dios. En tus manos están mis tiempos..." (Salmo 31:14-15). ¿Cómo administramos nuestra juventud? Eclesiastés nos dice: "Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas no tengo en ellos contentamiento" (Eclesiastés 12:1). ¿Cómo administramos nuestra vida? Jesús dijo: "No os afanéis, pues, diciendo Qué comeremos? O qué vestiremos?... Vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:31-33).

     

    Cuando administramos mal lo que nos pertenece esto se convierte en negligencia, insensibilidad y falta de visión, pero cuando administramos mal lo que pertenece a Dios, se convierte en un robo.

     

    Un elemento adicional que debería ser revisado a la luz de lo que venimos estudiando tiene que ver con la forma como administramos el dinero de Dios. El profeta Malaquías, hablando por Dios, hace una pregunta crucial: "¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas" (Malaquías 3:8-9). Robamos al tomar o retener lo que pertenece a otro. En su palabra Dios ha pedido que devolvamos un mínimo de una décima parte de todo lo que poseemos como expresión de agradecimiento. Levítico 27:30 nos dice: "Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová".

     

    LO QUE DIOS PIDE O LO QUE QUEREMOS DAR

     

     

    Muchos sentimos que debemos darle a Dios lo que queramos, sin directriz alguna. Una vez, un predicador visitó a un barbero que estaba en contra de las promesas y los diezmos. El barbero dijo: "Siento que una persona debe dar a Dios lo que quiera". Cuando el barbero terminó de cortarle el cabello, el predicador le dio 5 pesos. El barbero le dijo indignado: "Señor predicador, los cortes de pelo valen 40 pesos". El predicador respondió: "Creo que le escuché decir que debemos darle a Dios lo que queramos darle y yo sé que usted no es más que Dios".

     

    Notemos lo siguiente: Le damos a la compañía de electricidad lo que nos pida, pero le damos a Dios, quien nos da la luz del sol y ojo para contemplarlo, lo que queremos. Damos a la compañía de teléfonos lo que nos pida, pero damos a Dios, quien nos da el don del habla, lo que queremos. En el supermercado damos lo que nos pidan, pero le damos a Dios quien hace crecer las cosechas, lo que queremos. Damos a la compañía de acueductos lo que nos pida, pero le damos a Dios, quien nos envía lluvia gratuita para regar el césped, los campos y los ríos, lo que queremos. Damos al gobierno cualquier impuesto que pida, pero le damos a Dios, quien mantiene naciones enteras en la palma de su mano, lo que queremos. Vamos a conciertos, eventos deportivos y pagamos lo que pidan para entrar, pero llegamos a la iglesia, donde se proclama el evangelio de salvación para nuestras almas y nos molestamos si solicitan una cantidad especial. Damos al doctor lo que cobre, pero le damos a Dios, quien nos despierta en las mañanas y le da movimiento a nuestras extremidades, lo que queremos. Damos a los abogados lo que nos cobren por defender nuestros casos, pero damos a Dios, cuyo hijo Jesús murió en el Calvario para redimirnos, lo que queremos. "Robará el Hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis en qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas".

     

    QUE VAMOS A HACER

     

     

    O vivimos como ladrones o vivimos confiadamente. Algunos hemos estado viviendo como ladrones. Hemos estado reteniendo lo que es del Señor durante mucho tiempo. Hemos estado reteniendo la alabanza que pertenece a Dios, talentos que pertenecen a Dios, habilidades y conocimientos que pertenecen a Dios y una vida que pertenece a Dios durante mucho tiempo. Algunos hemos estado viviendo de esta forma por tanto tiempo que nos sentimos avergonzados de admitir nuestra falta de fe y nuestra incapacidad de vivir y dar conforme a la Palabra de Dios. Algunos tenemos miedo de vivir de cualquier otra forma. Y algunos no creemos que podemos vivir de otra forma.

     

    En esta hora le imploro por la Palabra y el poder del Espíritu de Dios, que no permita que el orgullo, el temor o la terquedad obstruyan el paso para las bendiciones, la paz y el gozo que provienen de una vida de confianza en el señor. Nunca piense que es muy tarde para empezar a vivir dependiendo de Dios. Las Buenas Nuevas del evangelio nos dicen que si tenemos el deseo y la voluntad de ser mejores, no es demasiado tarde. Si Zaqueo, el despreciado publicano pudo empezar a vivir confiadamente cuando dijo: "La mitad de mis bienes doy a los pobre; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado". (Lucas 19:8), entonces no es demasiado tarde para usted. Si el muy equivocado Saulo pudo empezar a vivir dependiendo de Dios en el camino a Damasco, cuando preguntó: (Hechos 9) "¿Señor qué quieres que yo haga?" Entonces no es muy tarde para usted. Si un hijo pródigo pudo caer en razón nuevamente en un corral lleno de cerdos y decidirse a confiar en el amor de un padre compasivo y regresar a su hogar, entonces no es muy tarde para usted. Si un ladrón agonizante pudo reconocer la majestad de Cristo, aún estirado y colgando de una cruz, fue movido a decirle a Jesús: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino"; si ese ladrón moribundo pudo recibir la promesa: "Estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:42-43), entonces no es muy tarde para usted.

     

    CONCLUSION

     

     

    Dejemos de retener lo que es de Dios. Seamos honestos con Dios y empecemos a vivir confiadamente. Creamos que Dios cuidará de nosotros y suplirá nuestras necesidades. En momentos de crisis, confiemos en que Dios abrirá un camino donde no lo hay. En momentos de aflicción, creamos que Dios peleará nuestras batallas. En momentos de pruebas, confiemos en que Dios Justificará nuestra fe. En momentos de soledad, creamos que Dios nunca nos dejará. Confiemos en que Dios cumplirá su palabra que dice: "Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde." (Malaquías 3:10).

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