UN PRINCIPIO QUE HACE LINDA LA VIDA
UN PRINCIPIO QUE HACE LINDA LA VIDA
INTRODUCCION
Es un hecho innegable que nuestras congregaciones están conformadas en su mayoría por hermanas y hermanos de condición social y económica humilde. Es claro que sólo un reducido segmento de nuestra membresía no se encuentra en este grupo. Somos una iglesia compuesta esencialmente por los pobres de este mundo y alabamos a Dios porque la salvación no depende de nuestro estatus económico o cosa semejante y porque de hecho la Biblia informa que a los pobres, débiles e ignorantes ha escogido Dios para avergonzar a los sabios, ricos y fuertes. Por su puesto de ninguna manera esto habla de un Dios que hace acepción de personas, sino que por el contrario habla de uno que no hace las tristes diferencias que hacemos los humanos y a todos ofrece su salvación en forma gratuita a través de su hijo Jesús.
A pesar de la realidad que acabamos de describir, la iglesia de Dios en esta tierra tiene entre sus características más notables su natural disposición para ir en auxilio de los más necesitados, proveyendo para sus necesidades.
Es asombroso ver que muchos de los que muestran este tipo de espíritu y de nobleza de carácter, se cuentan entre los más pobres de la iglesia. Existen personas que aún cuando están cargados de problemas y necesidades personales, tienen suficiente gracia, carácter, compasión y espíritu como para dar y responder ante las necesidades de los demás. Muchos de nosotros hemos recibido inspiración y ayuda de personas con muchos problemas que aún pueden ver más allá de su propio mundo lleno de preocupaciones, sentir el dolor de los demás y ofrecerles consuelo.
Aunque mucho de lo que se da en la iglesia y en la vida proviene de personas que tienen los medios y recursos para ofrecer mucho sin mucho esfuerzo, también es cierto que gran parte proviene de quienes a veces nos preguntamos cómo pueden dar lo que dan. No parecen tener la habilidad o los medios para hacer lo que hacen muy a menudo. Para las personas que dan a pesar de estrechez de sus vidas personales, la dadivosidad es realmente un acto de gracia, porque están entre los dadores más alegres. Algunas personas dan por un sentido de rutina o deber, otros porque se sienten presionados y aún otros para que los vean y los feliciten por su dadivosidad. Al observar el rostro de las personas que dan de su pobreza se puede ver el gozo y el orgullo que se ven en los demás. Se sienten felices de poder hacer lo que pueden.
En realidad la posibilidad de que lleguemos a ser verdaderamente felices depende en alto grado de nuestra habilidad para dar a los demás a pesar de la pobreza de nuestra situación personal.
UN EJEMPLO DIGNO DE IMITAR
En los tiempos del apóstol Pablo, las iglesias de la región de Macedonia habían sido ganadas por un espíritu de benevolencia, a pesar de su pobreza. Durante los últimos años de su ministerio, a Pablo lo inquietaba cada vez más la situación de la iglesia en Jerusalén. En un sentido muy real, la iglesia de Jerusalén era la madre de todas las otras iglesias. Mientras las iglesias más jóvenes habían mostrado gran crecimiento junto con muchos problemas nuevos (pues no puede haber crecimiento sin problemas), la iglesia madre en Jerusalén atravesaba momentos difíciles. Era una congregación pobre, una iglesia que se apoyaba en las tradiciones que podrían haber en la fe. El Espíritu Santo puso en el corazón de Pablo la misión de ofrecer ayuda económica a la iglesia en Jerusalén.
Para Pablo, quizá pareció un proyecto muy extraño. Para empezar, Pablo tenía suficiente trabajo que hacer y suficientes dolores de cabeza tratando de mantener a las congregaciones dispersas intactas y en el camino correcto. Las iglesias de Filipos, Galacia, Efeso, Tesalónica y Corinto con sus respectivos problemas, junto con los jóvenes ministros como Tito y Timoteo, le daban suficiente trabajo a un ejército de personas. En segundo lugar, uno puede visualizar a alguien como Pedro, Santiago, Juan o uno de los otros doce discípulos originales o uno de los otros santos en la fe, tales como Bernabé, que tenía más ataduras emocionales y contacto directo con la iglesia de Jerusalén, dirigiendo esa campaña de recaudación de fondos. Pero, ¿cómo podría aceptar Pablo este proyecto, ya que a pesar de sus obras y sacrificios aún era considerado como un neófito radical y ciertos creyentes antiguos de la iglesia en Jerusalén lo miraban con sospecha?
Gran parte de la oposición que Pablo tenía provenía de la Iglesia en Jerusalén. Muchos de los que insistían en que Pablo no tenía derecho de considerarse un apóstol estaban en Jerusalén. La mayor parte de los miembros más conservadores de la iglesia primitiva estaban en Jerusalén. Las personas con mayores prejuicios con respecto a la inclusión de Gentiles o extranjeros dentro de la fe estaban en Jerusalén. Algunas de las personas que insistían en que los Gentiles debían entrar a la iglesia por vías de la circuncisión, además de las otras costumbres del judaísmo, aparte de la confesión de fe en el señorío de Cristo, estaban en Jerusalén. Algunos de los que hacían grandes discursos acerca de miembros antiguos y nuevos aspirantes, acerca de cómo "nosotros estábamos aquí antes de que ustedes llegaran, así que no vengan aquí con sus nuevas ideas, tratando de cambiar o desafiar las cosas que hemos estado haciendo porque conocemos bien el camino", estaban en Jerusalén.
Además Pablo no estaba bien. Tenía un padecimiento físico que le había afectado durante toda su vida, "un aguijón en su carne" que no había sido removido. A medida que se hacía viejo, el padecimiento no se mejoraba sino que empeoraba. Todo lo que había logrado, lo había hecho bajo la cruz de su padecimiento físico. Lo último que necesitaba Pablo era un nuevo proyecto. Sin embargo, Pablo era de esas personas que podían ver más allá de su situación personal para ver las necesidades de los demás. Había aprendido a ministrar a otros a pesar de su condición. Escribió a la iglesia en Filipos: "No lo digo porque tenga necesidad, pues aprendí a contentarme con cualquier situación. Sé vivir en pobreza y en abundancia. En todo estoy enseñado, para hartura como para hambre, para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:11-13).
Por lo tanto, bajo la dirección e inspiración del Espíritu Santo, Pablo comprendió el proyecto de tratar de recaudar fondos para la iglesia en Jerusalén. Para hacerlo, no imprimió o vendió bonos. No compró pollo o pescado para freírlo. No organizó fiestas, paseos o rifas. Cuando había necesidad, Pablo escribía a las iglesias y les pedía que dieran de lo que tenían, para compartir en su pobreza y en su abundancia.
RESULTADOS INESPERADOS
En cualquier campaña de recaudación de fondos, siempre hay sorpresas. Algunas de las personas de las que se espera más, dan menos y algunas de las personas de las que se espera menos, dan más. La iglesia de Corinto no había dado todo lo que pudo haber dado, y las iglesias en la región de Macedonia habían dado mucho más de lo que Pablo esperaba. Pablo dio testimonio de la generosidad de los Macedonios cuando escribió a la iglesia de Corinto. Dijo: "Ahora, hermanos, os damos a conocer la gracia que Dios ha concedido a las iglesias de Macedonia. Que en medio de una gran prueba de tribulación, su rebosante gozo y su extrema pobreza desbordaron en riquezas de generosidad. Pues con agrado dieron conforme a sus fuerzas, y aún sobre sus fuerzas. Y nos pidieron con insistencia que aceptásemos el favor de este servicio en bien de los santos. Y no hicieron como esperábamos, sino que se dieron a sí mismos primero al Señor y a nosotros por la voluntad de Dios" (2da. Corintios 8:1-5).
Los Macedonios tenían sus problemas como todos los demás. Su país había sido arrasado y desbastado por los ejércitos bárbaros y la gente había perdido gran parte de sus riquezas. Eran los que menos podían brindar ayuda a alguien; ellos mismos necesitaban ayuda. Sin embargo, pidieron con insistencia la oportunidad de aportar parte de la ofrenda para ayudar a la iglesia de Jerusalén. No sólo dieron su parte; sino que dieron más de lo esperado. Estaban entre los más pobres de los pobres y, sin embargo, tenían más que dar y eran los que tenían mayor disposición de darlo. ¿Cómo podían hacerlo? Dieron a pesar de su situación, en la misma forma en que Pablo había dado a la iglesia en Jerusalén aunque muchos de los miembros no lo habían apoyado. Dieron en la misma forma en que Jesús dio su vida por un mundo que se había burlado de él y por amigos que lo habían abandonado.
EL SECRETO DE LOS MACEDONIOS
En mi opinión, la clave para entender la respuesta de los macedonios se encuentra en la frase que dice, "se dieron a sí mismos primero al Señor". El punto de partida para la dadivosidad es cuando nos damos primero enteramente al Señor. Hasta que nos entreguemos primero al Señor, algunos de nosotros siempre tendremos problemas para dar dinero o cualquier otra cosa a otros aparte de nosotros. Algunos de nosotros nos rehusamos a devolver los diezmos, no porque no lo tengamos, sino porque no nos hemos entregado completamente al Señor. Cuando nos entregamos completamente al Señor, entonces la devolución de diezmos no representa ningún problema porque donde esté nuestro corazón, allí también está nuestro tesoro. Nos damos cuenta que nuestro diezmos, al igual que nosotros, pertenecen al Señor. Algunos pensamos que se pide demasiado. Pero, cuando nos entregamos completamente al Señor, comprendemos que todo lo que tenemos y todo lo que somos pertenece a Dios. Como dice 1ra. Crónicas 29:14, "Lo que hemos recibido de tu mano, eso te damos".
Algunos de nosotros no devolvemos los diezmos porque creemos que no podemos darnos el lujo de hacerlo. Pero, cuando nos entregamos al Señor, la gracia de Dios obrará en nuestras vidas y nos capacitará para dar, tal como lo hizo con las iglesias de Macedonia. Algunos de nosotros no devolvemos los diezmos porque no queremos que las personas o nuestros amigos nos critiquen. Cualquier persona que le critique y no respete el hecho de que usted está tratando de obedecer la Palabra de Dios no es su amigo. Cuando nos entregamos al Señor, la gente siempre habla. Pero las personas no le despertaron en la mañana. No le dieron vida a sus extremidades. No le amaron lo suficiente o no fueron suficiente santos como para morir en el Calvario por sus pecados. Y, al llegar al final de la jornada, no es a ellos que deberá entregar cuentas de su mayordomía.
¿Y QUE DE NOSOTROS?
Para hacer lo que se nos pida, en la forma correcta, con el espíritu correcto, ya sea diezmar, cantar un solo o servir como miembro de la junta, debemos entregarnos al Señor primero. En este momento en que se hace énfasis en la Mayordomía y se dedica tiempo al ayuno y la oración, al examinar cuánto estamos dando de lo que hemos recibido como bendición de Dios, quizá debamos preguntarnos si realmente nos hemos entregado al Señor. Si lo hemos hecho, ¿cuánto hemos dado y cuánto estamos reteniendo? Sólo cuando nos hayamos entregado completamente al Señor, cualquier otra entrega se convertirá en un acto de gracia y una experiencia llena de gozo. Sólo cuando nos hayamos entregado al Señor podremos dar a pesar de todo. De vez en cuando alguien podría preguntar, o nos podríamos preguntar: "¿por qué seguimos dando a pesar de nuestras diferencias con el Pastor o nuestros problemas con la iglesia? ¿Por qué seguimos dando cuando nos critican y cuando los demás no cumplen su parte?" La respuesta es muy sencilla: en algún momento, sobre nuestras rodillas; en algún momento, participando de alguna reunión espiritual o evangelística; en algún momento, en la calle de alguna ciudad o en algún campo, nos entregamos al Señor. Antes de que asignaran al Pastor de turno, antes de habernos involucrado en la política de la iglesia, las luchas de poder y los conflictos mutuamente destructivos, antes de ser líderes, nos habíamos entregado al Señor primero. En algún lecho de enfermedad o en medio de algún problema prometimos al Señor que si nos liberaba, le serviríamos hasta el fin de nuestra jornada.
Desde que nos entregamos al Señor, El nunca nos ha fallado o abandonado. Ha abierto caminos donde no ha habido, ha mantenido alejados los problemas, ha sanado nuestras enfermedades, ha consolado y revivido nuestros espíritus quebrantados, nos ha ayudado a pagar nuestras cuentas, ha contestado nuestras oraciones y nos ha dado victoria cuando creímos que la derrota era segura.
¿Se ha entregado usted al Señor? No hay un predicador en particular, sino al Señor. No a cierta iglesia o denominación, no a cierto club, no a un departamento de la iglesia, no al coro, no a ser presidente de la junta, no a reunir la mayor cantidad de dinero, sino al Señor.
Por eso es que seguimos dando, porque primero nos entregamos al Señor. Y si no lo hemos hecho, debemos hacerlo ahora mismo. ¿no quieres hacerlo ahora?
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