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    DÍA DE LAS MADRES; CELEBRANDO LA MATERNIDAD

    DÍA DE LAS MADRES

    CELEBRANDO LA MATERNIDAD

    Cierto escritor afirmó una vez que "cuando la mujer trata de igualarse con el hombre, lo que en realidad está haciendo es renunciar a su superioridad". Esta declaración está sujeta a discusión, por cierto, pero si en algo la mujer es netamente superior al varón es en su sublime posibilidad de ser madre: de traer nuevas vidas al mundo.

    No es tan fácil definir lo que es una madre. No lo es sólo la que da a luz un hijo o una hija, sino la que alimenta, viste, le da refugio y por sobre todo ama a su hijo o hija, proporcionándoles el tierno afecto que esas criaturas necesitan mucho más que todo lo mencionado anteriormente.

    Lucía conoció a su esposo en la universidad. Terminaron sus estudios, se casaron, y por algunos años vivieron muy felices. Tuvieron un hijo llamado Rogelio, como el padre, y cuando Lucía estaba esperando a Ester, su esposo perdió la vida en un desgraciado accidente automovilístico. Ahora Lucía tenía que enfrentar la vida sin su esposo, y con la tremenda responsabilidad de ser a la vez padre y madre de Rogelio y Ester.

    Pero Lucía ciertamente era una verdadera madre. Para serlo le ayudaba su condición de cristiana fiel. Con total confianza en Dios emprendió la ardua tarea de sacar adelante su hogar y hacer de sus hijos gente de bien. Además de alimentarlos, vestirlos y albergarlos les dio un claro ejemplo de tesón y rectitud. Más todavía: cultivó la mente y el espíritu de esos dos niños encargados por Dios mismo a su cuidado, enseñándoles por precepto y por ejemplo las luminosas doctrinas de Jesús.

    A su debido tiempo Rogelio y Ester aceptaron a Jesús como su Salvador personal, se bautizaron y pasaron así a formar parte de la iglesia. Pocos años después, Rogelio recibió su diploma de médico, y se fue a trabajar como misionero, con el fin de practicar la medicina al servicio y en beneficio de la humanidad.

    Algún tiempo después Ester también terminó sus estudios como profesora de inglés llegando a formar parte del departamento de lenguas vivas de su alma máter.

    Ambos, Rogelio y Ester, a su debido tiempo se casaron y tuvieron sus propios hijos. Hoy Lucía es una abuela feliz, que muy a menudo recibe la visita de sus hijos y sus nietos, y disfruta de los triunfos de ellos, porque son sus propios triunfos.

    Pero detrás de este cuadro de victoria y felicidad está todo el incansable trabajo, los desvelos, los cuidados y las oraciones de una mujer sencilla pero consagrada y tenaz, que les dio a sus hijos todo el inagotable amor de una verdadera madre.

    No todas las historias son tan inspiradoras como ésta. No hace tanto nos enteramos de un hecho real, pero atroz. Una adolescente, a la que llamaremos Emilia, nacida en un hogar pobre y rodeada de un ambiente desfavorable, a los 16 años ya era ya una drogadicta.

    Como el afán de drogarse era superior a sus fuerzas, comenzó a practicar la prostitución para financiar su vicio. En consecuencia, un buen día quedó embarazada, y a su tiempo dio a luz a su bebé, que por supuesto nació con la drogadicción que heredó de su madre.

    Una noche el bebé lloraba sin parar. La amiga de Emilia, en cuyo cuarto se estaba refugiando transitoriamente, le pidió que se lo llevara porque ella necesitaba dormir. Emilia pensó que si debía salir del cuarto con el bebé, podría aprovechar el tiempo para ganarse algún dinero para conseguir más droga. Y mientras "trabajaba" dejó a su hijo en un bote de basura.

    Entre tanto, pasó el camión recolector de la basura, y depositó el contenido del bote en su interior. Cuando el encargado de la operación estaba por reducir todo a una masa compacta, uno de sus ayudantes oyó el llanto del bebé, logró detener a tiempo la operación, y así el pobre chiquitín se libró de morir aplastado.

    El bebé pasó a manos de las autoridades, quienes procuraron encontrar a la madre, pero sin éxito alguno. Mientras tanto, la persona que hacía las gestiones se encariñó tanto con el bebé, que solicitó y obtuvo la adopción de quien, de allí en adelante, pasó a llamarse Carlos.

    La crianza y la educación de ese niño no fue cosa fácil. Había nacido drogadicto, y los primeros tiempos en casa de sus padres adoptivos se vieron sacudidos por las convulsiones y los ataques que padecía al estar privado de la droga.

    Por supuesto, lo hicieron examinar por médicos y especialistas en la materia. Estos les dijeron que debían armarse de una enorme dosis de paciencia, pero que el niño superaría el síndrome de la abstinencia. Sin embargo, su sistema nervioso quedaría irreversiblemente dañado y con más o menos frecuencia, y a pesar de que ya no se lo podría considerar drogadicto, tendría episodios de ira y de violencia incontrolables.

    Mientras tanto Emilia, la madre biológica de Carlos, cuando regresó para buscar en el bote de basura a su bebé sin encontrarlo, cayó presa de un remordimiento tan profundo, que decidió deshacerse de la droga y dedicarse a buscar a su bebé, de quien no sabía si estaría vivo o muerto. Por lo tanto, ingresó a una institución de rehabilitación para drogadictos. La tarea no fue fácil, pero Emilia la encaró con entereza y decisión, y después de un tiempo comenzó a trabajar decentemente, dedicando todo el tiempo que podía para buscar a su bebé.

    Con la ayuda de un abogado, al cabo de años de búsquedas e investigaciones lograron ubicar al niño, como miembro de un hogar de clase media. Sus padres adoptivos lo amaban entrañablemente. Era un alumno bastante bueno y feliz. Lo que más amaba en la vida era a su madre adoptiva. Lo que sentía por ella rayaba en la adoración. Así las cosas, un día los padres de Carlos recibieron una comunicación judicial que les ordenaba comparecer ante un tribunal. Cuando se presentaron recibieron, llenos de estupor, la totalmente inesperada noticia de que Emilia, la madre biológica del niño, les estaba haciendo un juicio para recobrar a su hijo.

    Para acortar una historia larga, digamos que lamentablemente perdieron el juicio. El juez dictaminó que Carlos debía volver junto con su madre biológica. Y un día terriblemente triste, Carlos, ya con casi ocho años, fue literalmente arrancado de la que había sido su casa y su madre, para ir a vivir junto con una señora a quien no conocía.

    Pasaron muy pocas semanas. Un día Emilia apareció con su hijo en la casa de quienes lo habían criado. Cuando Carlos vio a su madre adoptiva corrió hacia ella, le echó los brazos al cuello mientras lloraba convulsivamente, y la abrazó como para no separarse nunca más de ella.

    Emilia explicó la razón de su visita. Cuando vino a buscar a su hijo, durante todo el camino de la casa de sus padres adoptivos a la de su madre biológica, el niño lloró y gritó sin consuelo. Lo siguió haciendo por varias horas después de llegar. Por fin cayó presa de un sopor intranquilo, y cuando se despertó se sumergió en un mutismo inquebrantable. Parecía que se había vuelto sordo, ciego y mudo. No tenía interés en la escuela ni en comer. Perdió mucho peso, y a Emilia le invadió el temor de que enfermara de gravedad. Por fin, totalmente derrotada, le dijo un día a Carlos: "Te voy a llevar de vuelta a casa de tu mamá". Al oírlo, el rostro del niño se iluminó y la alegría lo invadió.

    Emilia cumplió su palabra. Al fin y al cabo, en el fondo de su corazón lo que ella también quería era la felicidad de su hijo. Y si Carlos iba a ser verdaderamente feliz en la casa de su familia adoptiva, ella, como madre que era, estaba dispuesta a hacer el sacrificio de separarse de él para lograr este fin.

    Así Carlos volvió al seno de lo que era sin lugar a dudas su familia, y a los brazos de quien era sin discusiones su verdadera mamá. Por supuesto, se convino un régimen de visitas con el respaldo del juez, y Carlos tuvo de allí en adelante a su mamá, y a una encantadora dama que los venía a visitar de vez en cuando.

    Esta historia nos ilustra que no es madre sólo la que da a luz un hijo, sino la que le brinda afecto, cuidado y atenciones; la que está al lado del hijo en toda circunstancia, buena o mala; la que lo atiende cuando está enfermo o cuando sufre; la que se queda a su lado noches enteras mientras la fiebre lo devora y la enfermedad amenaza con arrastrarlo al abismo de la muerte; la que lucha a brazo partido con la muerte para arrebatarle su presa. Esa es una verdadera madre, aunque no haya dado a luz a ese hijo. Es el hijo --o la hija-- del alma, y muchas veces los hijos del alma son más allegados que los hijos biológicos. El niño de nuestra historia lo demostró palmariamente.

    En las Sagradas Escrituras encontramos algunos ejemplos de madres notables por su abnegación y dedicación. Mencionaremos el Supremo ejemplo:

    No sabemos en detalle las razones por las cuales Dios eligió a la virgen María para que fuera la madre de su Hijo, pero no nos cabe duda de que se trataba de la mejor mujer, no sólo de esa época, sino de toda la historia de la humanidad. Nuestro Señor, hasta donde sepamos, no asistió nunca a las escuelas de los rabinos, ni tenía lo que hoy llamaríamos una educación formal. La maestra humana del Señor Jesús fue su propia madre, la virgen María.

    Jesús nació y se desarrolló como todos los niños. Su mente infantil carecía de conocimiento, como ocurre con todos los seres humanos. De manera que las primeras lecciones acerca de la vida y las Escrituras las recibió de labios de la virgen, y de su ejemplo. Más tarde, cuando alcanzó el desarrollo necesario, sin duda alguna recibió el Espíritu Santo, que de allí en adelante pasó a ser su Maestro, y que le fue revelando el significado de las Escrituras y el alcance de su misión, pero las primeras lecciones de su primera maestra le pusieron el fundamento a su carácter, su obra y su vida, y nos explican en gran medida lo sublime de su personalidad y la grandiosidad de la tarea que llevó a cabo. Sin duda, el Dios de los cielos no se equivocó al elegir a la virgen María como la madre de nuestro Redentor.

    Amigo, si tu madre aún vive, haz todo lo que esté de tu parte para recordarla, felicitarla y agasajarla. Si está lejos llámala por teléfono, o comunícate con ella por carta, fax o correo electrónico. Dale la felicidad de saber que la recuerdas y que la sigues amando. Si la tienes cerca, organiza una fiesta sencilla pero llena de afecto en el Día de la Madre, para que aunque sea ese día se sienta como la reina que realmente es.

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