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    DE LOS 40 A LOS 50

     

    DE LOS 40 A LOS 50

    De la plenitud a la crisis

     

    A los 50, años más, años menos, 12 hombres y mujeres experimentamos una importante crisis en nuestras vidas. Goethe la llamó la "segunda pubertad". Los cónyuges la viven individualmente, y además afrontan la transformación de la pareja. Una época de cambios cruciales para alcanzar la plenitud de la vida. Porque hay que tener en cuenta que una crisis significa lucha entre tendencias contrarias, pero es siempre una posibilidad de ascender a niveles más elevados de realización personal.

    Para encontrar sentido a una etapa de la vida, cualquiera sea, es conveniente mirar la vida en su conjunto.

    Cada edad tiene una razón de ser propia que viene preparada por la anterior y que tiende a la próxima. Pero es necesario que realice sus metas y consiga ese tono de satisfacción que permita la tranquilidad de ver que ha sido cumplida y superada. No vale ignorar esa razón y ese tono; pero tampoco es bueno quedarse fijados en ellos sin pasar a la instancia siguiente. Se trata de vivir plenamente la edad que cada uno tiene, y de vivirla de acuerdo con la exigencia ética que cada etapa plantea.

    Es preciso advertir que hablaremos aquí de desarrollos promedio. Las sociedades hoy están presentando nuevas complejidades y, sobre todo, el problema de la desocupación, que opera como un factor fuertemente desestabilizador de la vida personal, familiar y social. Por razones de espacio no lo tomaremos en cuenta.

    HOMBRES Y MUJERES DE 40

    Hombres y mujeres de 40 años convencionalmente, porque esta etapa pudo comenzar alrededor de los 35 para el grupo que hoy tiene 5O- 55, pero viene atrasando un poco al grupo que está alcanzado esa edad, promedian la etapa de la responsabilidad. Caracterizada por la consolidación interior de la persona, por el desarrollo pleno de su carácter, esta etapa los encuentra convertidos en adultos plenos, dispuestos a asumir la experiencia acumulada y nuevas cargas, a exigirse trabajos y esfuerzos sin retaceos.

     

    Es la fase de la fuerza en plenitud, de sentir que el potencial de cada uno está totalmente disponible. Las fuerzas productivas vitales y espirituales se despliegan en los desafíos asumidos, la construcción de una carrera o la afirmación laboral en un oficio o actividad independiente; la inserción en la comunidad, las inquietudes por conocer y relacionarse, la formación de una familia. La confianza en sus posibilidades crece con naturalidad. En muchos casos, las mujeres que postergaron sus carreras por la maternidad toman un nuevo impulso, tratan de recuperar el tiempo perdido o se reciclan.

    Si bien se experimenta físicamente que el impulso juvenil ha menguado un poco y ya se descubren los signos inequívocos del paso del tiempo, arrugas y canas, la decisión y el autoconocimiento compensan la pérdida permitiendo sentirse bien, sobre todo los hombres. En las mujeres aparece, aun teniendo buena salud, la evidencia de las consecuencias de la maternidad, el sobrepaso, la pérdida de firmeza en el cuerpo y el temor a la menopausia. Ellas comienzan antes a percibir el desgaste físico.

    Mientras ambos van alcanzando la madurez interior, se consolida la familia. Los hijos adolescentes son todo un desafío pero aún necesitan a sus padres. La pareja, en tanto, es posible que haya crecido como tal, o bien haya caído en la rutina, lo que lamentablemente es muy frecuente.

    BALÁNCES Y AJUSTES

    La experiencia fundamental de los cuarenta se puede definir como "ya estamos viviendo la vida". Con su habitual perspicacia, Péguy dijo que "los cuarenta es esa edad terrible en la que nos convertimos en lo que somos". Pasó el tiempo de la preparación y de la precariedad: ahora vivimos lo que elegimos o lo que pudimos. Pero más dueños de nosotros mismos que nunca, pasamos a ser conformistas o hacedores de los cambios que hacen falta.

    Es tiempo de un balance: si miramos con resentimiento el pasado, o si no queremos ni acordarnos de él, es posible que nos pese como un lastre. Si nuestra mirada es nostálgica y sentimos que perdimos lo mejor que hubo en nuestra vida, lo probable es que no podamos seguir creciendo. Si, en cambio, podemos mirar serenamente el pasado, agradecer lo bueno recibido, perdonar los males sufridos, arrepentirnos de los errores, valorizar lo positivo, es muy probable que tengamos la inspiración y la energía para seguir adelante.

     

    Si el balance nos muestra que hay que hacer cambios importantes, es hora de hacerlos: ahora podemos. Es frecuente que cierto envión de la primera juventud haya alcanzado hasta este momento, pero quizá sea necesario renovar los objetivos para no quedarse con un triunfo vacío y sin sentido. En el plano personal, es bueno mirar con ojos realistas nuestro exterior y nuestro interior. En cuanto al aspecto externo, asumir la edad y elegir ropa adecuada, sin querer vestir como nuestros hijos e hijas y sin avejentarnos con ropa severa, ayuda a nuestro ánimo y autoestima, como así también mantener el buen estado físico con ejercicios y dietas apropiadas. Informarse y acudir a consultas preventivas ayudan a preparar los cambios que vienen.

    Y en lo interior, es bueno revisar cuánto hemos alcanzado en la consolidación del carácter, en ese proceso de abrirnos paso "desde la inmediatez del impulso y el fluir de los sentimientos, hasta lo que tiene valor y permanencia", como dice Romano Guardini. Esto es lo que nos hace sólidos y confiables ante los demás y ante nosotros mismos.

    ARRIBAR A LOS 50

    Aquí se presenta la crisis "por la experiencia del límite", la edad del segundo nacimiento, como la llama Jean Guitton. En el hombre el cambio se anuncia con un sentimiento ambivalente de experimentar la plenitud del cuerpo por el autodominio y economía de las propias fuerzas, el control de la inquietud, la sensación de libertad y las primeras percepciones de estar llegando a un límite. Es la edad de las fuertes pasiones viriles, del "demonio que ronda al mediodía".

    Los sentimientos podrán tener su continuidad, como la tarea de construirse a sí mismo, pero el hombre experimenta la sensación de que su obra, en lo fundamental, ya está hecha. Entonces quiere apurar los tiempos, "llegar", dar su fruto antes de que se pase el cuarto de hora, de que las fuerzas fallen y los más jóvenes le disputen su lugar. El hombre que ha conseguido puestos de poder y de prestigio, ya sea en una empresa, universidad, institución o en la propia comunidad, se complace en ejercerlos, experimentando goces muy fuertes en este campo.

    Al mismo tiempo va creciendo en él la percepción de que hay un exceso en el trabajo y en las responsabilidades. La vida profesional o laboral se le presenta exigente; le da la impresión de que para sostenerla comienza ya a gastar el capital; que no hay renovación de sus recursos personales, que no hay novedad ni ilusión porque ya conoce cómo son las cosas, cómo se triunfa, cómo se fracasa, cómo es la competencia, la mezquindad y la traición. Esa impresión de que todo es conocido va generando la rutina; luego, el hastío. La vida parece prometer menos; el corazón confía menos.

    La crisis masculina puede presentarse como esa frecuente rebeldía de los de cincuenta: huida hacia adelante por el juego u otros riesgos, por una empresa ilusoria o por una pasión hacia una mujer mucho más joven, con abandono del hogar. Si se la sabe enfrentar, se puede alcanzar esa nueva etapa, la del "hombre serenado", en la que el carácter se afirma por la decisión de permanecer fiel a sus propios objetivos de vida, a su trabajo, a su familia.

    LA MUJER DEL MERIDIANO

    Para la mujer, el cambio físico es pronunciado: la menopausia es el fin de la capacidad de procrear y el comienzo de la "desfeminización" del cuerpo. Los cambios, ahora eficientemente controlados por la medicina, cuando la mujer acude puntual y confiadamente a ella, son más difíciles por el temor que por lo que realmente ocurre. El temor a perder al esposo puede perturbaría.

    También ella experimenta "el demonio del mediodía" con el despertar de una segunda sensualidad que la apremia como si quisiera aprovechar el tiempo antes de perder toda posibilidad, o como si dejara escapar ese genio que mantuvo oculto en la trastienda. Es posible un enamoramiento de alguien próximo, y es posible que lo revista de afecto ambiguamente maternal. Puede ocurrir que se lance a probar regímenes, tratamientos, cosmética y cualquier recurso que le permita sentirse todavía bella.

    Para el hombre y la mujer, es crucial el concepto que hayan elaborado sobre la belleza. No se trata de centrarlo todo en un rostro hermoso y terso, o en unas curvas atractivas. La belleza no es singular sino plural: hay bellezas acordes con cada edad. Pero la belleza verdadera es la que viene de adentro, de la armonía y la bondad que pueden hacerse ternura.

    EL AMOR, A LOS 50

    En el amor de la pareja se experimentan, sin duda, grandes cambios. No sólo median los cambios fisiol6gicos y psicológicos en ambos, sino también el tiempo de la familia: los hijos ya no necesitan de sus padres, con frecuencia ya se fueron de casa. Por otra parte, los respectivos padres ya no están: ellos son los primeros en la vida, los mayores.

    La etapa que se inicia está signada por una mayor seriedad, por una gravedad marcada por la dirección del amor que se hace más oblativo, más desinteresado y a la vez más responsable respecto a la transmisión de la herencia.

    Sería un error mantener el ideal, como fue en otros tiempos, de una supervivencia del matrimonio como dos existencias yuxtapuestas que han dado por cumplidos sus deberes mutuos de carne y corazón, como dice Guitton, y que en adelante se ocupan por separado de sus obras santas. Eso no resuelve la crisis de los 50: la ignora y la margina. Por el contrario, la dualidad de la crisis es la oportunidad para que juntos reelaboren un nuevo camino, para que cada uno sea él mismo respetando al, otro, pero para que ambos se sigan ayudando en esa difícil tarea de ser una persona que pase por el mundo dejando amor.

     

      

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