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    ¿De qué clase somos?

     

    ¿De qué clase somos?

    Cierto predicador ha comparado el modo como los cristianos sirven a su iglesia, a tres clases de barcos: De remo, de vela y de vapor. Hay cristianos, dice, que desean hacer cosas en la iglesia, pero... despacio. Otros según el viento de sus propios pensamientos, de donde sopla. Los terceros, obedientes al Espíritu Santo, tan pronto como el Señor les da la orden de zarpar.

    ¿De qué clase somos nosotros, amigos?

    El juez paga

     El juez paga

    Trajeron al acusado ante el juez, por haberse negado a pagar su viaje en taxi. Rogó que le dieran tiempo para conseguir el dinero.

    -¿Dónde lo obtendrá? –preguntó el juez.

    -¿No me lo podría prestar usted? contestó el acusado.

    -El juez se quedó admirado y divertido por la osadía del acusado, sacó su billetera y le alcanzó lo suficiente.

    -Páguele al hombre -le dijo-, y no se olvide devolvérmelo el sábado.

    Nosotros también tenemos una gran deuda de pecado, y no tenemos con qué pagarla. Nuestra única esperanza es apelar al Gran Juez. Y en su inmenso amor y bondad, se ofrece a pagar toda nuestra deuda de pecado. En realidad, ya la pagó cuando sufrió y murió en tu lugar en la cruz del Calvario. Murió por tus pecados y los alejó para siempre. (Juan l: 12-13).

    Transformados por el Evangelio

     Transformados por el Evangelio

    Se cuenta de un artista quien presentó la estatua de un muchacho eji una exhibición. Colocó algunos focos de luz de variados colores en el piso a fin de que dieran sobre el rostro del jovencito: pero cuando se paró a cierta distancia para contemplarlo, vio que el rostro del muchacho se asemejaba al de un idiota. Cambió las luces y las colocó encima de la estatua; y esta vez cuando contempló el rostro del muchacho parecía el de un ángel. Pronto se hizo de este cambio de luces una de las curiosidades de la Exposición.

    Lo mismo ocurre a los hombres. Cuando reciben sus impulsos tan sólo de la carne, son muchas veces semejantes a las bestias; pero cuando entregan su corazón a Cristo, y la luz del Espíritu Santo les ilumina desde arriba, pueden ser semejantes a los ángeles.

    En memoria de mí

     En memoria de mí  "Porque todas las veces que comiéréis este pan, y bebiéreis esta copa, la muerte del Sefíor anunciáis hasta que venga". "Haced esto en memoría de Mi". Un día el evangelista Moody estaba paseándose en un cementerio nacional, cuando vio a un hombre llorando junto a un sepulcro al mismo tiempo que lo cubría con hermosas flores. El señor Moody se acercó para consolarle si fuera posible y le preguntó: -¿Por qué llora, amigo; es ésta la tumba de su padre?

    -No, señor -contesto el anciano. -¿Es el sepulcro de su madre?

    Y otra vez la respuesta del anciano fue negativa.

    -Entonces ¿quién está sepultado allí, si no es nadie de su familia?

    El hombre respondió:

    -El asunto es muy sagrado para mí y hablo con pocas personas sobre

    él, pero viendo que tiene tanto interés en saberlo voy a decírselo. Durante la guerra civil mi gobierno me llamó para alistarme en el ejército pero puesto que tenía una familia grande y todos mis hijos eran pequeños se me permitió buscar un substituto. Al fin lo conseguí, y en la primera batalla mi substituto murió, y en este lugar donde he depositado las flores fue sepultado. Murió por mí, y en su memoria pongo estas flores en un sepulcro cada año.

    He aquí cómo los cristianos deben conmemorar la muerte de Cristo en la Cena del Señor.

    El don inefable

     El don inefable

    Hay tres medidas que podemos aplicar a los regalos que recibimos, y que nos permiten aquilatar debidamente el valor de tales regalos. Una de estas reglas es el valor intrínseco de lo que se nos ofrece; otra es el móvil que impulsó a la persona que nos hace el regalo; la tercera es la utilidad que nos proporciona. En efecto, hay regalos que cortan el aliento, por su precio tan elevado; otros, aun cuando menos costosos, nos emocionan más por lo mucho que entrañan de amor y sacrificio por parte de la persona que nos obsequia, mientras que otros nos colman de alegría por tratarse precisamente de aquello que más necesitábamos.

    Aplicando estas "reglas" al "don" de Dios en la persona de Cristo, encontramos:1° Sus inescrutables riquezas. El es el heredero de todo. 2° El don de Dios es la evidencia de un amor que excede todo conocimiento. 3° El era el que nos convenía, puesto que "no hay otro nombre debajo del cielo en el cual podamos ser salvos". Sí, gracias a Dios por su don inefable.
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