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    El don inefable

    El don inefable

    Hay tres medidas que podemos aplicar a los regalos que recibimos, y que nos permiten aquilatar debidamente el valor de tales regalos. Una de estas reglas es el valor intrínseco de lo que se nos ofrece; otra es el móvil que impulsó a la persona que nos hace el regalo; la tercera es la utilidad que nos proporciona. En efecto, hay regalos que cortan el aliento, por su precio tan elevado; otros, aun cuando menos costosos, nos emocionan más por lo mucho que entrañan de amor y sacrificio por parte de la persona que nos obsequia, mientras que otros nos colman de alegría por tratarse precisamente de aquello que más necesitábamos.

    Aplicando estas "reglas" al "don" de Dios en la persona de Cristo, encontramos:1° Sus inescrutables riquezas. El es el heredero de todo. 2° El don de Dios es la evidencia de un amor que excede todo conocimiento. 3° El era el que nos convenía, puesto que "no hay otro nombre debajo del cielo en el cual podamos ser salvos". Sí, gracias a Dios por su don inefable.

    La Tarjeta que toco el corazon

    La tarjeta que tocó el corazón

    Una familia cuyo padre no era creyente festejaba la Navidad. Entre las tarjetas de felicitación que fueron puestas sobre la mesa, había una que la madre, que había estado orando durante mucho tiempo por la conversión del marido, escribió e hizo firmar a la niña más pequeña de la familia, que era la favorita del padre. La tarjeta decía así:

    Ha nacido Jesucristo, Para Juan y para Elena, Para Luisa y Filomena para mamá y para mí:

    Y yo, papá, te pregunto y piensa bien lo que digo: Jesús, mi Señor y amigo, ¿ha nacido para ti?

    El padre vio la tarjeta y su rostro se nubló; la madre estaba temerosa y orando que su treta no le cayera mal. El hombre leyó dos o tres veces la singular misiva y su cara se volvía cada vez más oscura. Por fin se levantó precipitadamente de la mesa y se encerró en su habitación.

    La madre quedó consternada pensando que el padre se había retirado como un acto de protesta, por la impertinencia. Nadie probó bocado en la familia, sino que, instados por la piadosa mujer celebraron una reunión de oración alrededor de la mesa de Navidad. Pedían que se disipara pronto su enojo y que alguna vez pudieran tener el gozo de verle convertido.

    Pero Dios, hizo mucho más aquel día con aquella familia. Al cabo de un buen rato apareció de nuevo el padre en el comedor, y con su faz radiante explicó que había estado en la presencia de Dios meditando cuán ingrato había sido para quien vino al mundo para salvarle también a él, y que arrodillado en su habitación había aceptado a Cristo como su Salvador.

    Es fácil imaginar el gozo que llenó los corazones de todos, y particularmente de la hábil autora de tan ingeniosa felicitación.

    El naturalista y las hormigas

    El naturalista y las hormigas

    Decía un naturalista famoso, que estudiaba la vida de las hormigas, que cierto día ¿estaba en uno de sus experimentos intentando hacerse comprender de tan débiles criaturas y de comprenderlas. Ante sus constantes fracasos llegó a pensar que el único modo de lograrlo consistiría en revestirse el mismo de su naturaleza y tratar con ellas en su propio ambiente. Esto no dejaba de ser una idea quimérica, pero engolfado en tales pensamientos oyó las campanas de la iglesia de su pueblo que celebraban la Navidad, y aquello fue como una revelación para el escéptico naturalista. Lo que era irrealizable para él, como criatura, ¿no sería factible para el Creador Todopoderoso?

    ¡Dios manifestado en carne! Ciertamente es un misterio para nosotros, pero no una imposibilidad para el Ser supremo que ha dado vida y ordenado el Universo. ¿Por qué no aceptar que tan admirable propósito fue realizado en la incomparable figura que se levanta en el curso de la Historia con el nombre de Jesucristo?

    Heroico Sacrificio

    Heroico sacrificio

    El gran evangelista Billy Sunday cuenta de cierto buque que, como consecuencia de una avería hacía agua, la que inútilmente trataban de sacar los tripulantes manejando las bombas. La entrada del líquido elemento superaba a sus esfuerzos, viendo lo cual, el capitán mandó formar la tripulación y dijo:

    -Es inútil fatigarse más, ya que sólo retardamos nuestra muerte. El remedio consistiría en que alguien expusiera su vida en favor de los demás, tratando de taponar la abertura del agua. La empresa es arriesgadísima, pero es la única esperanza. ¿Quién se decide?

    Todos comprendieron la necesidad de tal sacrificio, pero cada uno pensaba: Ojalá que algún otro se ofrezca. Los momentos pasaban en silencio, haciéndose la situación cada vez más angustiosa. Una voz rompio el silencio.

    -Yo iré, padre mío.

    El padre no podía negarse a tal ofrecimiento y con el corazón dolorido dio el último abrazo al hijo, lanzándose éste sin pérdida de tiempo a las aguas, dispuesto a la peligrosa tarea. Pronto se dejó sentir el efecto de esta ayuda externa; las aguas disminuyeron rápidamente, pero el hijo del capitán no reaparecía. Su cuerpo fue hallado entremetido en la abertura.

    Todos comprendieron lo ocurrido. El joven no halló más rápida manera de atajar el paso de las aguas, cuyo empuje hacía inútil todo otro intento. Todos lloraron de emoción ante su cadáver, exclamando: "¡Lo hizo por nosotros!"

    En memoria de Mi

    En memoria de mí "Porque todas las veces que comiéréis este pan, y bebiéreis esta copa, la muerte del Sefíor anunciáis hasta que venga". "Haced esto en memoría de Mi". Un día el evangelista Moody estaba paseándose en un cementerio nacional, cuando vio a un hombre llorando junto a un sepulcro al mismo tiempo que lo cubría con hermosas flores. El señor Moody se acercó para consolarle si fuera posible y le preguntó: -¿Por qué llora, amigo; es ésta la tumba de su padre?

    -No, señor -contesto el anciano. -¿Es el sepulcro de su madre?

    Y otra vez la respuesta del anciano fue negativa.

    -Entonces ¿quién está sepultado allí, si no es nadie de su familia?

    El hombre respondió:

    -El asunto es muy sagrado para mí y hablo con pocas personas sobre

    él, pero viendo que tiene tanto interés en saberlo voy a decírselo. Durante la guerra civil mi gobierno me llamó para alistarme en el ejército pero puesto que tenía una familia grande y todos mis hijos eran pequeños se me permitió buscar un substituto. Al fin lo conseguí, y en la primera batalla mi substituto murió, y en este lugar donde he depositado las flores fue sepultado. Murió por mí, y en su memoria pongo estas flores en un sepulcro cada año.

    He aquí cómo los cristianos deben conmemorar la muerte de Cristo en la Cena del Señor.

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