EL VERDUGO
EL VERDUGO
Sumiso, cual cordero que acompañan
Camino de su propio matadero,
Avanza entre la turba sin entrañas
el hombre más sublime y verdadero.
Cargado con la cruz, no retrocede,
Soporta con heroica valentía
Las burlas que continuas se suceden
Haciendo interminable su agonía.
Lo azotan, y sus labios no maldicen.
Lo insultan, y sus ojos no condenan.
Sus manos doloridas, aún bendicen
A aquellos que por El lloran de pena.
Y asciende hasta la cumbre del Calvario
Cual mártir, sin quejidos ni lamentos.
Envuelven al Señor como un sudario
La sangre y el dolor de sus tormentos.
Lo clavan en la cruz y no se queja…
Levantan el madero y sufre horrores…
Su cuerpo se desgarra, mas El deja
Que el hombre le descargue sus furores.
¿Pero es posible, Oh Dios, tanta ceguera?…
¿No ven que aquel ser puro es inocente?…
No pueden acusarlo tan siquiera
De ser ante el dolor indiferente.
Con tanta enfermedad como sanaste,
¿no hay nadie que con pecho agradecido
defienda tu inocencia? ¡Que contraste…!
Hoy todos con temor se han escondido.
Los mismos que horas antes prometían
Su causa defender, lo abandonaron,
Y ocultan su vergüenza y cobardía
No lejos del que sufre el desamparo.
Y sigue allá en la cruz: mientras la gente
Le injuria sin piedad, hieren y afrentan.
El ruega con amor al Dios Potente
Que aquel pecado atroz no tenga en cuenta.
¡Con cuánta abnegación sufre el martirio…!
¡Que amor tan sin medida está mostrando!…
Soporta aquel satánico delirio
Y aún ruega por los que le están matando.
Su cuerpo está bañado en sangre pura,
De sangre inmaculada, redentora.
Rebosa ya su copa de amargura
Pero El aguanta firme aquella hora.
Contemplo aquella escena horrorizado,
Al ver la crueldad de aquel proceso.
No entiendo por qué el odio han desatado,
Ni por qué le traicionan con un beso.
Tratando de entender, sigo las huellas
De sangre que deja el Nazareno,
Y encuentro alrededor rostros de piedra
Miradas ponzoñosas de veneno.
Verdugos con las caras impasibles.
Soldados con coraza en los sentidos.
Escribas, fariseos, insensibles
Con alma y corazón empedernidos.
Me acerco y en mi ser siento el impulso
Rabioso de escupir a aquella escoria.
Allí están, los infames que yo acuso
Del crimen más horrendo de la historia.
Les miro y mi sorpresa es pavorosa.
Los seres que yo encuentro allí delante,
Me miran con sonrisa maliciosa
Y en todos se refleja mi semblante.
Mi cara, mi expresión, mis movimientos,
Lo mismo que un espejo reflejaban.
Y ahora, igual que yo, todos a un tiempo
con gesto retadores me acusaban.
¡Señor…! ¿Qué significa?…¿por que un yugo
me une en semejanza tan terrible?
Resulta, que yo soy el cruel verdugo
Que esta crucificándote… ¡¡Es horrible…!!
Me siento avergonzado, confundido,
Al ver con realidad lo revelado.
El principal verdugo, sólo ha sido
La furia criminal de mi pecado.
Mis vicios, mis pasiones y rencores,
El odio, envidia, orgullo y vanidad,
Cual lanza y clavo fueron los autores
Que dieron muerte a Cristo en realidad.
No quiero yo acusar con osadía
Ni a Herodes, ni Pilatos, ni a Caifás.
Si Cristo padeció, la culpa es mía.
No es noble que me excuse en los demás.
¿Por qué te irrita, oh mundo, el ver a veces
la imagen de Jesús crucificado?
Tú mismo que al mirarlo te enterneces,
también por culpa tuya fue clavado.
Quien puso a Jesucristo en el madero
No fueron ni judíos ni romanos.
Ha sido tu maldad, el verdadero
Verdugo de aquel crimen tan villano.
Murió por el mortal que no merece
Ni amor ni compasión por su extravío,
Y gracias a su cruz, hoy nos ofrece
Perdón para el pecado tuyo y mío.
¿Que harás ante la gracia Redentora?
Acude con el alma arrepentida,
Que Cristo el Salvador te espera ahora
Dispuesto a darte amor y eterna vida.
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